Empecemos por el intento de desentrañar el concepto “felicidad”. Podríamos aventurarnos con la siguiente definición: “es desear algo más que cumplir con nuestros propios deseos y expectativas”. Queremos decir con ello que no todo momento de felicidad, “de éxtasis” “de epifanía” obedece a un deseo concreto sentido, anticipado y pensando previamente. La felicidad llega también no planificada. Y ello, tal vez sea así porque no sabemos con exactitud y certeza que queremos de manera definitiva en nuestras vidas. La incertidumbre, el azar e incluso la ignorancia pueden formar parte de un episodio súbito de felicidad que no esperábamos.
Sin embargo, para disfrutar de esa felicidad sorpresiva debemos estar en disposición, en actitud receptiva a lo incierto, como quien es beneficiario de un regalo inesperado. Es decir, el conjunto de circunstancias que podríamos denominar como “plano objetivo” deberán encontrase con un “plano subjetivo” que es la propia disposición a recibir lo que llega sin que lo llamemos pero que ha encontrado “las puertas abiertas” para manifestarse.
El juego, por ejemplo, entre una persona adulta y un niño conducen, por lo general, a la libertad de la improvisación que es una manera de goce donde la exigencia del infante encuentra la apertura del adulto. No hay guión. Hay sorpresa y felicidad en la alegría de lo lúdico.
El encuentro en un viaje de dos personas distintas, en cultura, en edad, puede resultar en un descubrimiento del otro, del distinto, si las puertas están abiertas para una relación que pueda conducir a una felicidad ligada al placer de una conversación inesperada.
Lo imprevisto, lo no buscado, si estamos en disposición de lo distinto y del encuentro con “el otro”, nos lleva a sentir y a pensar que nuestras vidas son valiosas no sólo porque planificamos su discurrir ; también lo son porque estamos abiertos a lo que irrumpe sin permiso, a ese huésped o conjunto de no invitados que nos sorprenden y que nos permiten disminuir la rigidez de nuestro proyecto de vida que de por sí tiene la potencialidad de la plasticidad y el cambio.
La ética siempre se encuentra en el escenario de la discusión sobre que es la felicidad. Esta última no es una línea recta y autosuficiente en el trascurrir de la existencia. Habrá siempre una tensión entre el interés personal por la propia vida y la consideración por los demás. El balance entre “mi buena vida” y lo que es justo para el resto, no puede darse sin la predisposición para el encuentro con lo diferente. La armonía no consiste en eliminar conflictos si no en aprender incluso a disfrutar de las diferencias y a convencernos que no es posible nuestra felicidad “a costa de los otros”, si no más bien “con los otros”, con aquellos que no necesariamente ocuparon en nuestros pensamientos una parte de la cadena de las expectativas si no más bien, vendrán del terreno de la incertidumbre y nos darán esa felicidad inesperada.
Carmen Masías Claux.
Directora Ejecutiva de Cedro. Ex jefa de Devida. Psicóloga con máster en Terapia de Familia. Estudió administración, desarrollo de proyectos y desarrollo comunitario. Estudió crítica de cine.
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