Un amigo y colega, experto en procesos de diálogo para resolución de conflictos (Luis Oré) me pide una opinión sobre como nuestros pensamientos a veces atentan contra la solución de problemas entre dos partes y no se alcanza a generar valor compartido como plantea Michael Porter, es decir ganar-ganar y se pierde la posibilidad de establecer rutas para el desarrollo. Un buen motivo para pensar en el funcionamiento de las políticas y de las políticas en el sector público. La idea es no ponerse limitantes para generar soluciones a conflictos, siendo la propuesta central: “…para lograr desarrollar proyectos mineros primero debemos tener una forma de pensar diferente a la tradicional”.
Sin embargo, esto vale no sólo para tener éxito en solucionar conflictos asociados a proyectos mineros o extractivos, sino para las políticas en general. Siempre hay que pensar diferente a lo tradicional. Eso en estricto es ponerse en los zapatos del otro, a pesar que ello suponga romper con estereotipos, rigideces, formalidades, o respuestas “así siempre se hizo”, “eso es lo que manda la norma”, “no podemos dejar que hagan lo que quieran”. En una palabra, se trata de generar empatía entre las políticas que pienso desarrollar y los afectados o beneficiados con esas decisiones. Como dicen los economistas, evaluar las externalidades negativas o positivas que se generarán.
La empatía o colocarse en los zapatos del otro es un elemento fundamental cuando se busca crear innovación pública en el Estado, muchas veces los aparatos públicos están anquilosados a fórmulas e interpretaciones legales que fundamentan que determinadas acciones se deben hacer de una única manera, porque puedes ser sujeto de control o sanción. Es el drama cotidiano de los hombres y mujeres del servicio público. Si alguno ha visto algún documento o informe aprobado de cualquier dependencia pública, se percatará que en el costado del mismo hay diversos sellos y vistos, que son los funcionarios que han leído el informe y colocan su conformidad. Un chiste cruel entre funcionarios públicos sobre esta realidad es que un abogado entre varios es más económico.
Así las cosas, en el sector público no siempre es fácil encontrar salidas innovadoras a todo tipo de problemas públicos a enfrentar y resolver, pues el funcionario tiene puesto en la cabeza que sólo puede hacer aquello que la ley le manda. Entendiéndose por ley; las resoluciones, decretos, directivas, procedimientos, guías y demás. Lo que hace que muchas veces en el sector público se busca que la realidad se adecue a la norma, para no colisionar.
Un pensamiento público innovador debiera hacer pensar lo escrito en el texto bíblico: “está hecho el hombre para el sábado (ley) o el sábado (ley) para el hombre”. Si el funcionario no resuelve este dilema, siempre la salida será rígida y no innovadora
En la empresa y su relación con el Estado o los ciudadanos a veces, ocurre algo parecido. Se asume que porque se pagan los impuestos al fisco, las condiciones de mí operación o proyecto privado tiene que ser asegurado por el Estado. Así debe ser en lo formal, así está en la Constitución. Sin embargo, estamos hablando de un Estado que a pesar que se descentralizo el 2002, seguimos escuchando hasta ahora como una letanía: “el Estado se encuentra ausente”.
Hay, 1900 gobiernos locales, 26 gobiernos regionales, 18 ministerios en el gobierno nacional, y esa demanda de presencia estatal se mantiene. La descentralización, que se quedó a medio camino, porque no se establecieron regiones, no ha solucionado la presencia territorial del Estado, porque en esencia los gobiernos regionales, es un eufemismo de nuestros viejos conocidos departamentos.
No es suficiente contar con una larga experiencia de gestor eficiente en el sector privado para poder hacer lo mismo en el sector público. Pablo de la Flor y Julio Fabre, ambos en procesos de reconstrucción padecieron el enmarañado mundo de las decisiones públicas, con los resultados conocidos.
Un pensamiento innovador de la empresa y el sector privado, con el sector público, debiera pasar de la queja a la propuesta, y repetir el estribillo: “pago mis impuestos y el desarrollo sostenible depende sólo del Estado”. Quizá al Estado no se le ocurra o tiene a información o las capacidades, y desde el sector privado si tengo la llave o la hoja de ruta. Ese pensamiento empático es el que se requiere de los privados para dejar de ser una caja de resonancia de la queja o de solicitar abrir a sangre y fuego por ejemplo la operación de proyectos con una alta carga de demanda social y con empresas de muy bajísima reputación organizacional.
David Montoya.
Estudios de posgrado en politología, comunicador, con vasta experiencia en la dirección y asesoría en el diseño, formulación y seguimiento de políticas públicas en diversas entidades como la Presidencia del Consejo de Ministros, el Ministerio de la Mujer, la Municipalidad de Lima, el Congreso de la República. Coordinador de Políticas e Incidencia en el Grupo Propuesta Ciudadana. Analista de Coyuntura en el Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo (DESCO) y docente de pregrado y posgrado en la Universidad Cayetano Heredia.
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