Vivimos todo el tiempo en cambio. Esa es una verdad de Perogrullo. Lo que está siempre en cuestión es cómo nos transformamos, en quien nos apoyamos y de qué manera reaccionamos ante él y nos adaptamos o mejor aún como somos parte del cambio disfrutándolo. Hoy por ejemplo, decidí, no enfocarme en el riesgo de la velocidad de los “ scooters” en ese camino más o menos corto que hago desde casa a la oficina. Opté, más bien por saludar a toda persona con la cual me cruzo y agregar frases cordiales y al parecer intrascendentes. No sólo a los porteros del edificio con los que “el buenos días” mutuo es ya una costumbre. También al vigilante del estudio de al lado, al jardinero que eventualmente corta el césped, al sereno y a la joven que carga sus bolsas de canchita y empieza la venta del día. Asimismo al “peque” que llega al nido en su coche elegante con su nana. Y cosa extraña el mundo parece, sin dudar, tornarse un poco más amable.
¿Qué es lo que ha pasado? me pregunto. La acera es la misma, con sus desniveles, el tráfico “promete” su endiablado caos. Las primeras planas de los diarios no son alentadoras, pero algo ha empezado a transformarse: el sentimiento de estar entre otros en ese barco que se llama vida y donde todos podernos aliviar la travesía.
Llego a la oficina donde han de visitarme mis “coach”. Son dos mujeres que me guían con una certeza absoluta hacia una conferencia que debo dictar y que ha de incluir a las famosas redes. A cada una, por lo menos, le doblo la edad. He dado numerosas charlas y talleres y perdí desde hace mucho el miedo escénico o quizás nunca lo tuve. Pero, ahora me digo con ciertos atisbos de humildad: estas “chicas” me han hecho cambiar la primera versión de mi discurso seis veces, por lo menos, con una certeza que yo he empezado a perder desde que he aceptado el reto. El formato será otro: el tiempo para hablar medido. No he de tener caras visibles pues debo dirigirme a una especie de hueco negro siendo cegada yo por las luces absolutamente necesarias para la grabación. Cada día hago el ejercicio de que en ese agujero he de mirar y sonreír a 400 adolescentes que me han de escuchar, espero, sin chistar. Pero, sólo veré sus sombras. Será algo casi virtual mientras les hablo. Y es más, no podré salirme de una alfombra roja circular. Hacerlo será que las cámaras me pierdan y eso sería fracasar. No existir. Pienso: ¡¡ esto es Cambio!!. Voy entrando a algo nuevo, dirigido por “millenians” que sin reparo alguno me hacen ensayar innumerables veces el libreto, ir a un co-working en unos horarios de domingo, insólitos y en el último ensayo compartir un depa entre todos los humanos más un perro que nos mira atento y que después me entero se encuentra allí para otorgarnos armonía y calidez. Todo es totalmente diferente. Lo asumo y voy entrando a un mundo nuevo… Llega el día. Soy la única persona de la tercera edad o adulta mayor o como queramos llamarle del elenco pero siento que he regresado a los veinticinco o treinta. Es tan optimista el diálogo con esta generación fresca y distinta. Llega el día. Me paro en la alfombra roja después de haber recibido un fuerte y sostenido abrazo de mi “coach” dándome valor. Lo hago bastante bien y de manera distinta. He roto mi propio molde y estoy feliz.
Carmen Masías Claux.
Directora Ejecutiva de Cedro. Ex jefa de Devida. Psicóloga con máster en Terapia de Familia. Estudió administración, desarrollo de proyectos y desarrollo comunitario. Estudió crítica de cine.
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