Cuando los políticos mienten de manera constante, no es extraño que los ciudadanos se sientan defraudados.
En España la noche electoral, hace apenas 4 meses— el presidente de gobierno en funciones, Pedro Sánchez, dijo “el pueblo se ha expresado” y efectivamente así era. Y los resultados eran los que eran. Él era el más votado, pero no tenía la mayoría suficiente como para ser investido presidente de España. Esto significa que el pueblo soberano pedía a sus políticos consensos, acuerdos y gestión para el país. En todos los lugares y profesiones debemos urdir los cestos con las mimbres que nos dan y el pueblo español, era evidente, no otorgaba una mayoría absoluta a nadie, tampoco al representante que había llegado a la Moncloa con una moción censura y tras su “no es no”.
¿Acaso piensa Pedro Sánchez, presidente en funciones del gobierno de España, que debemos seguir votando hasta que el resultado se ajuste a sus necesidades o deseos?, ¿Considera que si no es capaz de consensuar con otras formaciones políticas acuerdos de gobierno, la culpa es del pueblo español? Tú y yo tenemos que convivir todos los días con personas con las que tenemos diferencias o con las que no compartimos al cien por cien criterios, pero debemos trabajar para conseguir los objetivos correspondientes y, entonces, nos ponemos de acuerdo y cedemos para conseguir una convivencia y ambiente adecuado. Por el contrario, los políticos españoles, especialmente su máximo responsable, ha decidido que España puede esperar, aunque todos los indicadores nos muestran que se avecina una recesión. Y todavía se preguntan por qué los ciudadanos sienten desafección por la clase política.
Con lo que estamos viviendo, no es de extrañar que los políticos —la clase política— aparezca como un problema en el último barómetro del mes de julio, según el CIS (Centro de investigación sociológica que en España se encarga de hacer macro-encuestas periódicos y tomar la temperatura sobre la opinión de los españoles). Para los españoles la clase política es el segundo problema de nuestro país, después del paro. El CIS preguntaba sobre los tres problemas más importantes en este momento en España y los encuestados han posicionado a la política, a la clase política y sus partidos como el segundo de los problemas, alcanzando un 38,1%. Este es el mayor porcentaje alcanzado desde que esta pregunta aparece en el cuestionario (apareció en 1985 pero de manera permanente está en el cuestionario desde 1995).
La decisión que el presidente en funciones ha tomado y que nos conduce a otra campaña electoral, seguirá contribuyendo a configurar esta idea. Y después se extrañan de que entre los ciudadanos suba el número de quienes se manifiestan hartos y se cuestionan asistir de nuevo a votar. Una nueva convocatoria electoral supone un gasto económico, presupuesto que vendría muy bien utilizar para otros asuntos necesarios, pero, además, algo mucho más grave, supone tener paralizado un país —sin presupuesto, sin proyecto, sin construir el futuro— en espera de que les gusten los resultados, les cuadren o les resulten más cómodos a sus intereses. Así llevamos más de un año.
Tan solo como dato orientativo: Felipe VI fue proclamado Rey de España en junio de 2014 y desde entonces ha realizado ya 7 rondas de consultas para la investidura de un presidente de gobierno. En 34 años, su padre, el Rey Juan Carlos llevó a cabo 10 rondas, teniendo en cuenta que además en su reinado se aprobó la Constitución de 1978 y se llevó a acabo la transición política. Parece que los números retratan a los nuevos representantes.
Este dato refleja los tiempos políticos que vivimos. ¿Acaso no había en 1978 diferencias o divergencias políticas?, parece manifiestamente claro que las había, o ¿tal vez los políticos de entonces eran de otra pasta y tenían más altura de miras?
Parece más bien que la llamada “nueva política”, —término que se utiliza desde que aparecieron en escena nuevos partidos como Ciudadanos y Unidas Podemos— no está a la altura de los tiempos, centrando las discusiones de unos y otros en las sillas, sillones y cargos correspondientes y olvidándose de su encargo como representantes: trabajar para su país generando las condiciones necesarias para el desarrollo económico y social de sus ciudadanos.
Olvidándose de lo principal y centrándose, como obscenamente lo hacen, en sus propios intereses, se convierten en un problema. Y todavía algunos se preguntan por qué.
MaríaPalma Peña Jiménez.
Doctora en Comunicación por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (España). Licenciada y Máster por la Universidad de Salamanca. Directora del Máster Universitario en Protocolo, Comunicación Institucional y Organización de eventos y Coordinadora a su vez del Grado en Protocolo, Organización de eventos y Comunicación de la URJC. Autora de numerosos artículos científicos centrados en el análisis pragmático del discurso, sobre todo del discurso político, la comunicación política y la educomunicación.
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