Es difícil para alguien, desde un sitio distante en el espacio y en el contexto, exponer algún comentario sobre lo que discurre en estos momentos en Perú, respecto de los poderes de la república. Y aun así, en virtud de la coyuntura, me animaré a alguna palabra.
Un tema relativamente novedoso en el estudio de la Ciencia Política lo constituye el fenómeno llamado “gobierno dividido”, en ocasiones expresado en plural. Esta situación es propia de regímenes presidencialistas y sucede cuando quien detenta el poder ejecutivo no tiene mayoría en el poder legislativo, si el diseño se basa en la fórmula clásica de división de poderes.
No sucede en cambio en sistemas parlamentarios, puesto que el ejecutivo, justamente, emana del partido dominante o de la coalición mayoritaria, y en el caso extremo de imposibilidad, con repetición de elecciones. Esto da lugar, cada vez más puesto que la pluralidad paree avanzar muy velozmente, a expresiones como la gran alianza alemana, unidos el partido Demócrata Cristiano y el Socialista, porque esa era la mayoría posible, aunque no lo hacen bajo un esquema de distribución de cuotas en el gobierno, sino un acuerdo de trabajo que se respeta con escrúpulo. En el caso Español, no ha sido posible ese extremo aun antes de iniciar conversaciones formales sobre los contenidos, y se aprestan a repetir los comicios.
En el caso Americano, lleno de sistemas presidenciales, salvo las muy pequeñas naciones caribeñas de influencia europea, el fenómeno del gobierno dividido es ciertamente de relativo nuevo cuño, pero no ya extraño. Y es la situación que ha prevalecido en Perú varios años a la fecha.
Cuando no hay mecanismos institucionales para superar esto, o cuando no hay voluntad de acuerdo o incentivos para ello, la situación puede derivar en algo complejo de muy diverso tipo. Puede haber parálisis, si se detienen reformas importantes o actos de gobierno que requieren de aval con mayorías calificadas. La elección de magistrados es un ejemplo. En otros casos pude dar lugar a cálculos políticos peligrosos. Por ejemplo bloquear la buena marcha para exhibir al ejecutivo como incapaz, o impedirle capitalizar potenciales buenos resultados, con el fin de deponerlo vía un castigo en las urnas.
En muchas ocasiones es posible seguir funcionando bajo condiciones digamos mínimas, o incluso poco o mucho más que ello. Se aprueba todo lo indispensable para la marcha básica del país, sin acciones de fondo. Que fue el caso de México desde que comenzó dicha situación en 1997, en los linderos de una crisis institucional para la que no había reglas, hasta la actualidad en que el presidente López Obrador disfruta de una cómoda mayoría.
Perú sin embargo, supongo que con mucha conciencia y visión preventiva de estas deficiencias de nuestros sistemas, introdujo en su andamiaje legal previsiones para el caso extremo, como la posible disolución del Congreso y por consiguiente nuevas elecciones, como es común en muchos países europeos. También para la remoción del titular del poder ejecutivo, con lo que deriva en un modelo llamado por algunos “semi-presidencialista”.
Por lo que entiendo, diré suavemente, hay al menos debate o dudas respecto de la aplicación de estas figuras en el momento actual. Desde luego habrá partidarios de uno y de otro. Yo supongo que justo para ello sirve el tercer poder, en cuanto que garante del control de la Constitucionalidad de las decisiones de uno y otro.
Hago votos porque la situación quede plenamente esclarecida y por consiguiente sea de aceptación general, puesto que de ello depende que pueda dársele cauce pacífico y ordenado a la compleja situación que conocemos hasta aquí, y en todo el mundo. Entiendo que ha sido complicada la toma de decisiones estos años, que los intereses particulares o de grupo pueden quedar atravesados para dirimir controversias en las que honestamente solo debería verse el interés superior de la Patria, las condiciones óptimas del bien común. Sería lamentable que la polarización ahondara una grieta cuando son tiempos en que se exige de puentes para identificar coincidencias que abonen al progreso de los ciudadanos.
Y claramente, en los tiempos actuales, no hay manera de que unas visiones se impongan arbitrariamente a otras. Eso nunca trae dividendos duraderos para nadie. Más que nunca es exigible el diálogo, la cordura y sensatez.
Arturo García Portillo.
Político mexicano miembro del Partido Acción Nacional, del que fue integrante de su dirigencia nacional por varios años. Fue Diputado Federal, secretario de las comisiones de relaciones internacionales y comunicación. Consultor en campañas electorales y comunicación. Colaborador habitual de la Fundación Konrad Adenauer. Actual asesor de la alcaldesa del municipio de Chihuahua, Mexico.
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