Quiso ser, más que un buen reportero, un periodista honesto. Es la tarea que se propuso cuando empezó en el periodismo y alguna vez, después de más de sesenta años de labor y ya en el retiro, dijo muy emocionado y con noble gesto que fue un “periodista honesto a todo dar”. Se sintió profundamente honesto. La honestidad que proyectó a los periodistas, sin embargo, fue mayor. Todos resaltan, además, su humildad, sencillez y modestia. Fue un maestro de la crónica periodística, lleno de valores, con una humildad que le permitió más aprender que enseñar. No dejó otra enseñanza más que su ejemplo. Nunca prefirió ser jefe. Aprendió y admiró, como los grandes maestros. Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez fueron sus referentes. Enviado especial y Crónica de una muerte anunciada fueron las respectivas obras de estos dos grandes periodistas y escritores que perfilaron su estilo cronístico. Él supo ser grato con sus maestros. Es la lección que deja el gran Humberto “Chivo” Castillo, tras su reciente fallecimiento.
Grato fue el propio Hemingway, Premio Pulitzer 1953 y Nobel de Literatura 1954. Reconoció haber aprendido del periodista y escritor satírico estadounidense King Lardner, uno de los mejores maestros del relato corto en su país, en especial del libro The Golden Honeymoon (La luna de miel dorada) y de las crónicas que este publicó en el Chicago Tribune. Para el autor de El viejo y el mar, Lardner fue el heredero del humor destructivo inaugurado por Mark Twain, el forjador de la literatura moderna norteamericana.
García Márquez fue muy agradecido con aquellos que aprendió. Mostró su admiración por Sófocles, François Rabelais, Franz Kafka, Daniel Defoe, Julio Verne, Edgar Allan Poe, Hemingway, James Joyce, Virginia Woolf, José Asunción Silva, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Pablo Neruda. Al recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1982, reconoció como su maestro a William Faulkner. Cuando apenas recibió el reconocimiento le preguntaron a quién entregaría el Nobel, él expresó que lo daría a Juan Rulfo o a Graham Greene. Cuando en una posterior entrevista le preguntaron a quién más, dijo que también a Carlos Fuentes, a Milan Kundera. “Mejor no sigo -se detuvo con entusiasmo y entre risas-, porque voy a citar una lista de amigos en orden alfabético”.
Gabo supo que su éxito literario, logrado en medio de una esforzada vida familiar, fue producto del aporte de todos sus amigos y maestros. Trató de agradecer a todos. Reconoció a Eduardo Zalamea, su maestro en el periodismo y quien además publicó sus primeros cuentos en el diario El Espectador de Colombia. Agradeció a Álvaro Mutis por haberle facilitado, apenas aparecida, la obra latinoamericana que le ayudó a mejorar su escritura, Pedro Páramo (1950) de Juan Rulfo. Contó emocionado en una entrevista que vio solo una vez a Hemingway y que en ese momento intentó acercarse para conocerlo. Manifestó que ya había escrito La hojarasca y otros cuentos y que esperaba ser identificado por el célebre novelista norteamericano. Al no poder aproximarse, porque el también admirado periodista estaba en la otra acera junto a su esposa Mary y la coincidencia fue fugaz, dijo que se limitó a exclamar desde lejos: “¡Adiós, maestro!”. La respuesta de Hemingway, luego de reconocer al aún joven escritor colombiano, fue de inmediato: “¡Adiós, amigo!”, gesto que sorprendió y alegró a Gabo. Quedó marcado por el detalle y recordarlo era muy emocionante para él. Una grandeza de humildad.
Supo reconocer también a sus amigos escritores del denominado Grupo de Barranquilla, de los cuarenta y fines de los cincuenta; a su generación del boom, así como el aporte de las primeras obras que marcaron sus inquietudes literarias, Las mil y una noches, las tragedias de Sófocles, Edipo rey, Antígona, y Diario del año de la peste de Daniel Defoe.
Él, desde luego, también fue y sigue siendo admirado. Con la publicación de Cien años de soledad (1967), la obra cumbre del boom y que hizo universal la novela hispanoamericana, recibió masivos elogios, para empezar de los integrantes de su famosa generación. El propio Pablo Neruda, Nobel de Literatura 1971, calificó a Cien años de soledad como “la mayor revelación en lengua española desde Don Quijote”. Tuvo la admiración de los maestros del periodismo narrativo mundial, Ryszard Kapuściński y Carlos Monsiváis. El periodista polaco, autor de Los cínicos no sirven para este oficio, dijo que aunque admiraba las novelas de Gabo, su grandeza estriba en sus reportajes, que sus novelas provienen de sus textos periodísticos. El cronista mexicano sostuvo: “Yo siempre vuelvo a Cien años de soledad, no sé si porque me parece el libro más excepcional, o porque me parece el libro más excepcional para ese lector que soy yo”. El famoso escritor indio-británico Salman Rushdie confesó haber conocido esta obra recién en 1975, luego del fracaso de su primera novela, Grimus, y que de inmediato quedó maravillado.
Notable es asimismo la gratitud de Mario Vargas Llosa. Al recibir el Nobel de Literatura, diciembre de 2010, manifestó en su discurso que a los que tiene que agradecer “son innumerables” y que “si convocara a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad”. Los primeros agradecimientos son para los fascinantes relatos que despertaron la lectura durante su niñez, para los autores de esos relatos, Julio Verne, Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Salgari, Karl May; para su madre -que lloraba con los poemas de Amado Nervo y de Neruda-, su abuelo Pedro -que celebraba sus poemas y le enseñaba a memorizar los versos de Campoamor o de Rubén Darío-, su tío Lucho. De mismo modo, para Bécquer, Chocano, Zorrilla, Juan de Dios Peza, aun Amado Nervo, quienes motivaron a temprana edad al novelista a escribir poesía e inspiraron los versos de enamoramiento de inicio de adolescencia. Era la fase de sus “primeros garabatos” de escritor, como él dice, que “solían ser versitos, o prolongaciones y enmiendas de las historias que leía”.
Cuando ya empieza en el arte de contar historias y queda atrapado en ese mundo de constantes frustraciones, recuerda que recurrió a sus maestros. “Por fortuna, allí estaban ellos para aprender y seguir su ejemplo”, confesó. Flaubert y Faulkner están entre sus primeros referentes literarios. De Flaubert, como destaca, aprendió que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia, y de Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas.
Siguió a la vez la maestría de Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, de quienes, según él, aprendió que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Resalta que la lección de Sartre fue que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia; de Camus y Orwell aprendió que una literatura desprovista de moral es inhumana; de Malraux, que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
Otros maestros para Vargas Llosa son Dostoievski, Melville, Joyce, Fitzgerald, Greene, Arthur Miller, Céline, Kafka, Hemingway, Stendhal, Proust, Baudelaire, Dante, Bataille, Cioran, Ionesco, Beckett, Shakespeare, Góngora, Bertolt Brecht, Moliere, por citar solo algunos. En la literatura latinoamericana admira el aporte de Borges, Roberto Arlt, Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso, Arguedas, Vallejo y otros. Su admiración ha sido y sigue siendo plasmada en ensayos. Le ha dedicado sendos ensayos a Rubén Darío, Flaubert, Martorell, Víctor Hugo, García Márquez, Arguedas, Onetti. En La verdad de las mentiras reúne los ensayos sobre los relatos de algunos de sus maestros del siglo XX. Admira hasta el género erótico, muy de moda en el XVIII. Las cartas de amor de Mirabeau, Las confesiones de Rousseau y los relatos de Diderot -de aquella época-, así como posteriores relatos, Las cartas de amor a Nora Barnacle de Joyce, Lolita de Vladimir Nabokov, entre otros, influyeron para el impulso de sus novelas de erotismo como Elogio de la madrastra (1988).
Admira la novela, la poesía, aunque mucho más el teatro, “su primer amor literario”, como confiesa. Su admiración, sin embargo, va más allá, al cine -marcado por Bergman-, a la música, a la intelectualidad. Admira tanto a Sartre como a Karl Popper. La intelectualidad de Sartre es para él tan impactante como la de Popper. En su reciente autobiografía intelectual, La llamada de la tribu (2018), destaca a sus maestros del pensamiento liberal, Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin, Jean-François Revel. Como académico, en el Perú, siempre admiró, en especial, a su ilustre maestro Raúl Porras Barrenechea.
La gratitud del nobel es además a la comunidad machiguenga, de cuyas cautivantes historias relatadas por el conocido “hablador” en la fase de no civilización del lugar quedó marcado como escritor de ficciones desde 1958 cuando visitó en condición estudiante universitario la Amazonía peruana. El agradecimiento quedó plasmado en la novela El hablador.
Otro maestro a quien, de modo especial, agradece y admira es uno de los más brillantes precursores del boom latinoamericano, el periodista y escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Faulkner en el mundo y Onetti en América Latina influyeron en su técnica narrativa. Viaje a la ficción es el ensayo de homenaje de reivindicación a Onetti. Considera que el autor de El pozo fue uno de los primeros escritores de lengua española en introducir la modernidad en la narrativa y el primero en absorber a Faulkner. Sin la influencia de Faulkner, a decir de Vargas Llosa, no hubiera habido novela moderna en América Latina y que desatacados escritores como Onetti supieron sacar provecho de su técnica, así como el escritor estadounidense aprovechó la maestría de la técnica de Joyce y Henry James. Onetti admiró mucho a Faulkner. Siguiendo el condado ficticio, Yoknapatawpha, creado por Faulkner, Onetti inventó Santa María para sus relatos, pueblo que inspiró a Rulfo para darle fama a Comala en Pedro Páramo, y a García Márquez para imponer el mítico Macondo en Cien años de soledad.
En el Perú, César Hildebrandt, el periodista actual que más admiración despierta, también es de referentes. Considera a Alfonso Tealdo como su maestro en la entrevista. Reconoce que su primer encuentro con esta técnica periodística fue a través del libro Los antipáticos de Oriana Fallaci. Confiesa que llegó a admirar a Norman Mailer luego de leer Los desnudos y los muertos (1948), la primera novela del maestro, que junto con Truman Capote, Tom Wolfe, Gay Talese, Hunter Thompson, impulsó el revolucionario Nuevo Periodismo. Desde tal lectura, “Mailer sería una de mis adicciones más gratificantes”, escribió en su columna del diario La Primera (13/11/2007) a raíz de la muerte del escritor estadounidense que ganó dos veces el Premio Pulitzer, en 1968 con Los ejércitos de la noche, y en 1980 con La canción del verdugo (1979). Destaca el “ritmo endemoniado” de su relato. “Quedé impresionado. Pocos libros me han esclavizado tanto. Pocas prosas me han parecido tan impecables. Pocas historias me han cogido de un modo tan imperativo del cuello”, agregó.
En la columna política, el periodista español Francisco Umbral tiene su especial admiración. “Qué tipazo era Umbral para escribir todos los días algo que valiera la pena en un periódico que no valía la pena”, resalta Hildebrandt en su columna de homenaje póstumo a Umbral en La Primera (29/08/2007). Exoneró a Umbral del cuestionado diario El Mundo y destacó que con su muerte “el periodismo escrito español pierde a una de sus última estrellas”. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1996), el Premio Nacional de las Letras Española” (1997), el Premio Cervantes (2000). “Umbral, que jamás pisó una universidad y que apenas fue al colegio, era una fuerza de la naturaleza para construir, cada mañana, una columna que era pura arquitectura futurista y en la que no sobraba un alféizar”, manifiesta. Para él, “Umbral venía de Ramón Gómez de la Serna y conduce a Manuel Vicent, ese valenciado que escribe como los dioses”.
Pero en sus años felices en España y trabajando en el diario ABC, como dice, no solo disfrutó de Umbral, también de Eduardo Haro Tecglen y de Jaime Campmany, otros dos brillantes columnistas españoles, ya fallecidos el 2005. Umbral en El Mundo, Haro Tecglen en El País y Campmany en el ABC, “qué tipazos eran los tres para mantener, con sus espaldas, el edificio del periodismo español de ideas y de gracias”. Plasmaban “la tradición del periodismo como goce literario” y sus columnas “no huían de la candela, disparaban a matar pero con una clase que a veces daba ganas de ser el blanco”. Campmany, aunque defendía al dictador Francisco Franco, era factible ser leído, manifiesta Hildebrandt, “era tan culto y divertido que hasta su militancia en las ferocidades del vencedor de la guerra civil pasaba a segundo plano”.
Su aprecio a Manuel Gonzáles Prada es inmenso. Considera que él hizo del periodismo “la artillería del pensamiento”, como soñaba Bolívar. “Gonzáles Prada fue un hombre profundamente culto, profundamente humanista, comprometido con experiencias literarias, sociales y, por supuesto, con la causa del progreso y la justicia”, sostiene.
En narrativa periodística y literaria aprecia, aparte de las obras de Norman Mailer, las crónicas de Hemingway, los relatos de John Reed, como Diez días que conmovieron al mundo. En la literatura, “su viejo amor” que dejó por el periodismo, tiene múltiples referentes, desde Mario Vargas Llosa, a quien expresó mucho aprecio en los inicios de su obra. Borges, Vallejo, Arguedas, Ciro Alegría, Washington Delgado, Juan Gonzalo Rose, Valdelomar, son otros de sus referentes. Los referentes, por supuesto, pueden continuar. Sartre, Basadre, Mariátegui, Federico More, y la lista aún puede seguir. Y es que la pasión de escribir lleva a admirar a los maestros. Reconocer públicamente tal admiración es una hermosa muestra de gratitud.
Víctor Campos Urbano.
Periodista y docente universitario. Cuenta con estudios de maestría en Ciencias Políticas y doctorado en Humanidades. Ha laborado en diversos medios de comunicación. Es asesor y consultor en comunicación, investigación y publicaciones científicas indexadas. Editor asociado de la revista científica de la Universidad Continental, Apuntes de Ciencia & Sociedad, indexada en Latindex, Dialnet y otras importantes bases de datos internacionales. Autor del libro Teoría y géneros del periodismo (Fondo Editorial de Universidad Jaime Bausate y Meza).
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