Los prejuicios se basan, en gran parte, en experiencias pasadas y en aprendizajes erróneos. Son un obstáculo para pensar con claridad y tienden a matar el sentido común. Son pequeñas bacterias que invaden nuestro actuar y se hacen grandes porque impiden espacios para nuevas visiones hacia el cambio.
Los prejuicios poseen mucha carga afectiva, es decir, prima en ellos las emociones y la razón se oculta y no da la cara ejerciendo una “flojera mental.” Usan etiquetas preestablecidas y a veces pueden herir profundamente al otro porque desvaloriza, ignora lo bueno que el distinto pueda tener y excluye.
El prejuicio es una opinión previa, tenaz, perseverante y por lo general muy desagradable y nada favorable para lograr un escenario ético, es decir, un vivir con otros y entre otros y saber manejar las diferencias. El prejuicio es reactivo y se viste con ropajes teñidos de soberbia ya que el que lo tiene cree conocer, profundamente, lo que sabe ligeramente o no conoce en lo absoluto. El prejuicio generaliza y por ello es miope porque no intenta ver lo que está, si no lo que quiere ver. El prejuicio parte de inseguridades y complejos que son como películas o capas irracionales que se van endureciendo con el tiempo. El prejuicio implica estar en “pie de guerra”, ponerse a la defensiva y disfrutar el atacar. Siempre juzga y la crítica es su emblema. Se vuelve sordo a opiniones diferentes porque le es más cómodo quedarse en su área de comodidad.
¿podemos superar los prejuicios? ¿podemos evitarlos? ¿funcionarán mejor nuestras vidas si trabajamos para desterrarlos?: comencemos por reconocer que los tenemos, analizando las razones verdaderas y no las que nuestras emociones nos dicen (por ejemplo, tiendo a condenar a una persona porque no me ha caído simpática y le achaco cualidades negativas sin indagar como es, que hace etc.). Admitamos que el prejuicio que nos ata es un problema propio, no del otro. Reconozcamos que el prejuicio tiene algo de malévolo. Trabajemos en nosotros la humildad escuchando, cambiando ideas, reuniéndonos con personas diferentes, leyendo, viendo teatro, yendo al cine, investigando lo distinto en cultura y en edad, logrando así ponernos en la piel del otro y en situaciones concretas que de otra manera capaz imaginamos muy distintas a lo que en realidad son.
Empezaremos, de este modo, a identificar donde se hallan esos aprendizajes que arrastramos para nuestro pesar tal vez desde hace mucho tiempo. Volvámonos detectives de nuestra propia historia. Comparemos el “así creo que es” con el “podría ser de otra manera”. Sorprendámonos con la bondad descubierta en la persona que menos imaginábamos. Y también el disfrutar de evidencias que antes no buscábamos. Sintámonos realmente sabios en una búsqueda constante. Empecemos a ver oportunidad donde antes se instalaba la amenaza. Vayamos tejiendo redes de diversos colores y texturas. Caminemos con pasos un poco vacilantes y sin premura por senderos nuevos y así, pero sin certezas absolutas, exclamemos. “¿prejuicios?: yo jamás”.
Carmen Masías Claux.
Directora Ejecutiva de Cedro. Ex jefa de Devida. Psicóloga con máster en Terapia de Familia. Estudió administración, desarrollo de proyectos y desarrollo comunitario. Estudió crítica de cine.
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