Johan Leuridan Opinión

La sociedad amoral

Peter Sloterdijk (filósofo alemán), Luc Ferry (filósofo francés, fue Ministro de Educación, sus libros han sido traducidos a treinta idiomas diferentes y conferencista invitado a muchos países, en América latina en Brasil y Chile) y muchos otros filósofos definen a la sociedad actual como una sociedad amoral, donde ya no se percibe la diferencia entre moral e inmoral. Cuando se respetan las normas morales sigue existiendo la conciencia de la injusticia. Perdiéndose esta última se pierde la cultura. Para Nietzsche hay que vivir el momento. No hay que distinguir entre acontecimientos malos o buenos. Todo es interpretación de interpretación. El que roba lo interpreta como un bien y la víctima lo interpreta como un mal. El robo como mal no existe.

En el siglo XX se han hecho desaparecer las dos normas más importantes: no matar y no envidiar.

El fascismo y el comunismo desactivaron el quinto mandamiento: “no matar”. Ellos reclamaron el permiso para matar a gran escala por el bien de la raza o de la clase. Se puede añadir la experiencia actual del fanatismo religioso en varios países, que se atribuye la autoridad de matar a los que no son de su fe.

La norma ética en contra de la envidia, según Peter Sloterdijk, es la más importante de todas civilizaciones porque previene la violencia. La regla de no envidiar se ha cambiado por la regla: debes desear lo que tienen los demás y si no puedes conseguir legalmente debes robarlo. Reanimamos los conflictos ligados a la envidia para crear el clima de la sociedad de consumo que ha perdido toda referencia a la moral. La cultura amoral contemporánea exige lo contrario a la discreción o prudencia. Hoy en día existe el culto a la fortuna. Se festeja el azar. ¿Qué hay más injusto que el azar? Vivimos en una religión que adora a la diosa del capricho y del vencedor, de las bolsas, de los duelos eróticos, de siempre hay perdedores y vencedores. Su característica consiste en no decir por qué se privilegia a uno y se ignora al otro. Nunca hay justificación (Peter Sloterdijk, 2010ª: 144-150).

Luc Ferry considera que en el mundo igualitario del sistema democrático sobresale la pasión de la envidia, las que la ira o el miedo. Cuanta más democracia más envidia y celos. La envidia es el deseo por algo del otro, sea material intelectual o relacionado más profundamente con su felicidad. La envidia no se limita a un hecho, es una actitud permanente de descontento o insatisfacción, que elimina la posibilidad de amar o agradecer. En lugar de ser él mismo, el individuo se compara siempre con los demás y puede llegar a la mentira o a la violencia para hacer daño al otro. Dante Alighieri colocaba a los envidiosos en el purgatorio. Su castigo consiste en tener los ojos cosidos.

Las rivalidades crecen con los que están en la misma profesión: periodistas, políticos (sobre todo dentro de los partidos), intelectuales, comediantes, cantantes, profesores universitarios, comerciantes, etc. (Ferry, 2012:144). Se detestan entre profesionales por las diferencias de éxito a pesar de que todos parten de la misma base. Se inventan todo tipo de explicaciones, las más falsas, para justificar su fracaso frente al otro. Es una lógica que ilustra la dominación de las pasiones democráticas.

Según Martha Nussbaum (considerada la más importante filósofa de los EEUU de los últimos tiempos) la envidia ha supuesto una amenaza para las democracias desde el nacimiento de estas. Las posibilidades estaban muy fijadas en las monarquías absolutas, pero una sociedad que evita las órdenes, los destinos prefijados y abraza la competencia, abre la puerta a que los individuos envidien la prosperidad de otro. La envidia implica un rival y un bien, valorados como importantes; la persona envidiosa sufre porque su rival posee cosas buenas y ella no. La envidia genera tensión en la sociedad y puede impedir objetivos que la sociedad ha marcado (Martha Nussbaum, 2014:409) 

Johan Leuridan Huys
Licenciado en Sagrada Teología de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y Doctor en Teología de la Pontificia Universidad Urbanianna del Vaticano. Decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad de San Martín de Porres.

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