No resultaría exagerado declarar como enemigo público número uno al Poder Judicial de nuestro país. Si bien, tenemos un poder legislativo parasitario, ignorante y corrupto; los ciudadanos tenemos la opción de renovarlo cada cinco años, lo mismo que al Presidente. Pero la gran mayoría de los ciudadanos no sabemos cómo funciona el Poder Judicial: qué criterios se manejan y quién o quiénes deciden quién juzga y toma las decisiones. Y aún los pocos que sabemos cómo funciona, no estamos en la posibilidad de intervenir ni de cambiar nada.
La ciudadanía se siente totalmente indefensa ante los abusos que comete el Poder Judicial al amparo de la ley. Si bien, es sabido que los poderes judiciales en todo el mundo son corruptos, en el Perú, desde hace algo de tres décadas, se institucionalizó de manera descarada la ilegalidad y, paradójicamente, en la institución encargada de hacer respetar la ley.
El mecanismo es indignantemente fácil, son tres pasos:
Uno.- La policía investiga y captura.
Dos.- La fiscalía acusa.
Y tres.- el juez libera y posteriormente absuelve al delincuente.
Pero hay algo más grave e indignante aún: en muchos casos este mismo juez que ve el caso, termina procesando y sentenciando al policía y a la víctima. Parece inspiración del mismísimo Kafka.
Entonces, resultan inútiles todos los operativos policiales para combatir la delincuencia; no pasan veinticuatro horas del operativo y los delincuentes son liberados por un juez y salen muertos de risa nuevamente caminando por las calles planificando un nuevo golpe. Del mismo modo, cualquier intento de las municipalidades por clausurar antros de la delincuencia y poner orden, son inmediatamente saboteados por el Poder Judicial.
Dicho poder del Estado, en la práctica, se ha convertido en la institución formal encargada de proteger al violador de la violada, al invasor del legítimo propietario, al terrorista del policía y al asaltante del asaltado. Es un juez el que manda a reponer al policía que delinque (y encima ordena que se le dé un arma). Es siempre un juez el que un día ordena internar en un penal a una mujer por un quitarle el kepí a un policía… y ese mismo día otro juez libera a un secuestrador confeso. Es otro juez el que ordena liberar a un grupo de terroristas debidamente investigados y fotografiados en actitudes sediciosas. Es siempre un juez el que libera a un violador o un asesino ante los ojos atónitos y la mirada de impotencia de los familiares de las víctimas.
La sociedad se divide básicamente en dos grandes grupos: los que estamos del lado de la ley y los que están al margen de ella; y es el Poder Judicial el que pareciera estar encargado de proteger a los que están al margen de la ley. Es increíble.
Mauricio Rozas Valz.
Estudió Administración de empresas en la Universidad Católica Santa María de Arequipa. Escritor con dos títulos publicados de relatos y de poesía. Activista internacional contra el maltrato animal y miembro del colectivo “Arequipeños por Arequipa.
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