En el año 1811, el poeta inglés William Blake escribió el que probablemente sea su último gran poema. Este poema se llamaba “Milton: A poem” (dedicado al poeta y político británico del siglo XVII John Milton). La última estrofa de la introducción de este hermoso poema dice “No cesaré en mi lucha mental, ni dormirá mi espada en mi mano, mientras no hayamos construido una nueva Jerusalén en la tierra verde y placentera de Inglaterra”. Este verso encarna pues entonces el deseo de construir una nación grande (la nueva Jerusalén bíblica) y de defenderla de todo aquello que vaya en contra de este ideal.
En el año 1915, estos versos inspiraron al compositor Hubert Parry a escribir una canción que lleva por nombre “Jerusalén”, escrita con un objetivo; levantar la moral de las tropas británicas en la primera guerra mundial. La canción casi fue destruida por el mismo Parry. Sin embargo, una activista del movimiento por el sufragio de las mujeres en Inglaterra le solicitó la misma para identificar su lucha, lo cual entusiasmó a Parry y lo demás ya es historia conocida (al menos en Inglaterra). Esta canción se convirtió en una especie de himno paralelo en dicha nación. El mismo es cantado en competiciones deportivas, cierra los congresos del partido laborista y suele ser cantada en funerales de personas de toda condición. Incluso en los años 70´tas un sensacional grupo de rock progresivo llamado Emerson, Lake & Palmer la incluyó en uno de sus mejores álbumes (Brain Salad Surgery) y uno de sus versos inspiró al título de la película ganadora del Óscar del año 1981 (Chariots of Fire).
Esta canción refleja una aspiración, un objetivo y de alguna manera se inspira en aquellas virtudes que toda nación debe cultivar si es que desea ser grande y de alguna manera nos hace reflexionar en la necesidad de contar con un ideal unificador de la nación que nos proyecte hacia el futuro, que defina nuestro objetivo, pero que para alcanzarlo debemos combinar la racionalidad con el idealismo, el espíritu con la mente, el verbo y el sustantivo. En otras palabras, lograr un equilibrio que nos lleve finalmente a cumplir con dicho objetivo. Las naciones (y por cierto también las personas) que logran este equilibrio son las que finalmente destacan sobre otras. Y es muy cierto que es difícil llegar a ello, dado que se requiere de dirigentes que asuman los intereses de la comunidad como propios, que cuenten con la suficiente sapiencia para actuar en la arena política e inspirar a la gente para que dé lo mejor de sí en pro de ese gran objetivo, que es construir la nueva Jerusalén.
Casi todo lo que vemos sucede en nuestro país en la arena política en la actualidad va en contra de este ideal. Nuestra clase política ha perdido completamente la perspectiva de nación y liderazgo y se encuentra enfrascada en luchas fratricidas por espacios de poder, pero que una vez estos son alcanzados, se utilizan en beneficio propio y no considerando el bien común.
En ese sentido, el actual gobierno de Castillo no solo da muestras de una nula capacidad de gestión, sino que además ya hay demasiados indicios que nos indican que la putrefacción dentro del ejecutivo ya parece irreversible, que la corrupción ya se convirtió en un mal endémico dentro de nuestro aparato público y esto trae como consecuencia la cada vez mayor desafección por la política por parte de las grandes mayorías, la consolidación de la informalidad y la idea de que nuestro país lentamente se está convirtiendo en un lugar donde prima la ley del más fuerte (o corrupto). Todo esto me hace pensar que la crisis que vivimos no es únicamente una crisis política. Es una crisis sistémica y generalizada que si continúa puede poner en riesgo incluso nuestra continuidad como nación.
Mientras tanto, ¿existirá algún político en el Perú que verdaderamente esté dispuesto a construir una nueva Jerusalén en nuestra nación?, ¿alguien se ha planteado un objetivo nacional que unifique a todos?, ¿existe alguien que verdaderamente esté dispuesto a “desjoder” el Perú? Sinceramente mi esperanza en la clase política actual ya se ha desvanecido. Pero como docente que soy siempre confío en que dentro de todos los muchachos que formo habrá uno o muchos que no cesarán en su lucha mental, ni dormirá su ímpetu en sus manos, mientras no hayan construido una nueva Jerusalén en la tierra verde, hermosa, rica y montañosa que es el Perú.
Josef Zielinski Flores.
Abogado por la Universidad de Lima y Máster en Acción Política por la Universidad Rey Juan Carlos I de España. Miembro del Instituto de Estudios Social Cristianos (IESC) y profesor de ciencia política y problemática nacional en la facultad de derecho de la Universidad de Lima. Anteriormente se ha desempeñado como editor de la Revista Testimonio y como director ejecutivo del Instituto Peruano de Economía Social de Mercado – IPESM. Asimismo, ha sido colaborador de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales – FAES, con sede en Madrid y la Sociedad Internacional por los DD.HH. con sede en Frankfurt. Actualmente colabora activamente con la Fundación Konrad Adenauer de Alemania.
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