Los diagnósticos apocalípticos parece que evidenciaran una inteligencia aguda. Es poco frecuente hallar pronósticos alentadores acerca de nuestro uso de las tecnologías digitales. La crítica social tiene una sola forma aceptada de producirse y, por lo tanto, nada que incluya una ilusión, una promesa o una instancia agradable puede acompañar el postulado. Sin embargo, si el análisis se transforma en un flagrante candado que no permite más que resignarse ante el feroz e inevitable espanto que el presente anuncia y que el futuro confirmará, ofrece alguna prestación que habilite la fatigosa labor que requiere un cambio cultural, o simplemente favorece el adormecimiento que denuncia. No se trata por supuesto de negar los motivos que impulsan a desarrollar una perspectiva negativa de la humanidad, sino del modo de expresarla.
Un ejemplo de esta tendencia irreductible podemos encontrarla en la obra de Steve Cutts. Uno de sus videos más famosos, titulado “¿Estás perdido en el mundo como yo?”, narra la historia de un niño que no encuentra a nadie dispuesto a entablar un diálogo porque están absolutamente concentrados en mirar sus celulares. Mientras los adultos asisten impávidos a las crueldades que se imponen uno al otro, el niño busca afanosamente huir de esa situación. Sin perder la ocasión de recuperar los principios de Gustave Le Bon para despreciar a las multitudes en sus hábitos de consumo mediático, asistimos a la atroz repetición de una búsqueda inútil: el niño no podrá salir de esa situación porque no hay nadie más como él.
Es preciso reconocer que sus apreciaciones acerca de la violencia cotidiana, los vínculos atravesados por la red y la falta de comunicación entre generaciones son válidas, dado que responden a un inquietante ambiente digital que nos involucra. Además, que se incline hacia el cuidado de la infancia, es oportuno. Pero, lamentablemente, no puede salirse de su marco identitario: sólo un niño actúa diferente. El individualismo anglosajón se le impone y no parece interesado en modificarlo. No deja de resultar curioso que quien reniega de los hábitos colectivos se vea doblegado por una tradición que, por definición, lo excede. El sujeto extraordinario que es capaz de juzgar a su sociedad y a la vez no formar parte de ella, es una fascinación que cierta literatura y cine nos han prodigado en abundancia. No obstante, la ferviente creencia sobre la validez de esta dicotomía, hay una tercera opción a considerar: el grupo. ¿Por qué no elucubrar una estrategia que no dependa de nadie en particular, sino más bien que surja de una necesidad tan urgente como plural? O acaso el predomino de la tecnología les resulta un miedo más aceptable que la hegemonía popular. Quizás, a pesar del tiempo transcurrido, el fantasma que recorría Europa les sigue causando más pavor que la expansión de los robots y los celulares. Sus utopías se escriben en singular.
Por eso los británicos nunca habrían podido escribir El Eternauta.
Luis Sujatovich.
Profesor, Doctor en Comunicación Social. Se desempeña como docente investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina). Fue becario posdoctoral en CONICET y realizó una estancia de investigación posdoctoral en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Castilla – La Mancha (España). Es autor del libro Prensa y Liberalismo publicado en 2019.
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