¿Cuántas preguntas le hemos formulado a Google? No debemos considerar solamente aquellas que nos acercan un dato o que nos permiten esclarecernos acerca de un acontecimiento histórico, deportivo o político. La cuestión estriba en reflexionar sobre el significativo rol que posee el buscador para orientarnos sobre diferentes asuntos que, en muchas ocasiones, no nos atreveríamos a hacer público. Es cierto que, una vez que volcamos nuestra inquietud en la red ya no nos pertenece tanto, pero no es lo mismo hacerlo en la intimidad que provee un dispositivo individual que frente a otra persona. Quizás la ausencia de referentes nos impulsa a saciar nuestras inquietudes que suponemos vergonzantes en él. Las preguntas que nuestros antepasados depositaban en los sabios, en los religiosos, en los ancianos ahora se resuelven con un clic. Es notable la forma en que la digitalización nos ha ido envolviendo (sin que ello suponga un engaño o una imposición) hasta convertirse en un entorno inescindible de la realidad. Incluso podríamos postular que una distinción entre los dos escenarios ya no resulta pertinente.
Es una mala noticia para los deterministas tecnológicos tamaña apropiación del buscador. Tengamos en cuenta que sus creadores, Larry Page y Serguéi Brin, esperaban que sirviera para ordenar el acceso a la información dispersa en Internet y no para responder a consultas de índole privada. Por ejemplo, en 2020, una de las preguntas más realizadas fue “¿por qué me casé?”, ¿Por qué mis heces son verdes?”. También hay algunas acerca de los animales: ¿por qué comen pasto los perros? Como se puede apreciar, las dudas abarcan un amplio espectro que insinúan una carencia significativa de diálogo y de confianza en la sociedad contemporánea. No son, estrictamente, cuestiones que se desprendan de una coyuntura específica e inédita, en cuyo caso sería atendible tal desorientación.
Seth Stephens-Davidowitz en su libro “Todo el mundo miente” editado en 2019, propone denominar a Google “como un confesionario”. Las temáticas que suelen abordarse y la situación comunicacional que se construye, según el autor, se asemejan mucho a esa práctica religiosa. No deja de ser sorprendente, aunque se trate de una actividad rutinaria, que millones de sujetos nos aboquemos a la búsqueda de respuestas soslayando que quien responde no es Google. Es decir, no se trata de una mente absoluta que puede traernos la certeza que precisamos, aun cuando nos interese saber si nuestra pareja nos quiere o si hay algo después de la muerte, por lo tanto, su servicio se limita a ofrecernos un listado en el cual podremos hallar, de una manera más o menos aleatoria, alguna noción que nos ayude en nuestra indagación. A diario millones de personas efectuamos el ejercicio de otorgarle legitimidad a una palabra cuyo autor desconocemos y que sólo posee dos cualidades: es veloz y miles ya han obtenido esa misma respuesta. La subjetividad cada vez está más influenciada por los datos que por las experiencias. No es casualidad que una razón cuantitativa prevalezca sobre cualquier otro modo de conocimiento, incluso si se trata de saber por qué le creemos tanto a Google.
Luis Sujatovich.
Profesor, Doctor en Comunicación Social. Se desempeña como docente investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina). Fue becario posdoctoral en CONICET y realizó una estancia de investigación posdoctoral en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Castilla – La Mancha (España). Es autor del libro Prensa y Liberalismo publicado en 2019.
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