Mucho se ha escarbado en la idea de qué es realmente el mal. “Ese hombre es malo”- decimos- pero ¿qué lo hace malo? La ley moral natural que procede de San Pablo reza así: Haz el bien y evita el mal. Pero, ¿cuál es el bien que hay que hacer y el mal que hay que evitar? Tenemos que ampararnos en un bien objetivo, es decir, aquello que sea conveniente para la mayoría, a saber, la sociedad. Existe también un bien subjetivo, entendiendo aquel como “lo que es bueno para uno, pero no necesariamente para el otro”. Este bien subjetivo puede tranquilamente convertirse en mal, porque es lo que le conviene solo a uno, en desmedro de los demás. Cuando San Pablo enuncia la ley moral natural, lo hace pensando en todos. De esa manera, somos capaces de acusarnos y excusarnos entre nosotros mismos. Una acción es mala cuando pervierte la ley moral natural, da vuelta el orden de las cosas y conviene a unos pocos o a solo a un individuo.
Para Tomás de Aquino, la línea va en este sentido. El mal será lo que perjudica a la sociedad o no cabe dentro de ella. El torcimiento de la voluntad hacia lo que no es correcto desde la objetividad. Lo que aparta al hombre de Dios y lo esclaviza al mundo.
Kant fue un gran propulsor de la ley moral natural con su acertado imperativo categórico: Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer al mismo tiempo como principio de una ley universal. El filósofo alemán no reflexiona a medias tintas, sino que lo hace severamente. Se sabe que la ética kantiana es muy rigurosa y no ofrece salidas para casos de perplejidad. Al sí, sí, y al no, no. No existe el término medio. En ese sentido, debe entenderse que Kant vio el problema del mal moral como una adhesión de la voluntad a aquello que no es factible convertir en ley universal o ley universal de la naturaleza. Recordemos que el imperativo categórico ofrece varias formulaciones.
Quien fuerza su voluntad dejándose llevar por lo que Kant llamó “apetitos sensibles”, es decir, deseos o condicionamientos individuales de la voluntad, es un hombre malo. También indica que el ser humano es por naturaleza “malo”; entonces, la libertad se encuentra amenazada siempre. El mal implica imperfección ontológica, tanto en lo material como en lo moral. Si tenemos una mesa a la que le falta una pata, ese mueble padece un mal: es imperfecta. La enfermedad también es un mal, porque a través de la salud imperfecciona al hombre, tanto en lo físico como en lo mental.
Para entender la naturaleza del mal necesitamos pensar cómo sería alguna entidad en su perfección. Un mal en el sentido humano es aquello que lo denigra e imperfecciona. En el caso de un violador de niños, por ejemplo, decimos que es un ser malo porque pervierte la naturaleza de la voluntad hacia el bien y hacia su propio bien como realización personal. Pero hay quienes se han aventurado; afirman que el mal no existe, solo la imperfección. El violador en cuestión sería un hombre imperfecto por muchas causas, en las que no es admisible excluir las orgánicas. Al ser imperfecto, es malo y perverso.
No podemos atribuirle la maldad a una persona simplemente porque no hace lo que nosotros queremos o manifiesta un comportamiento cuestionable. Será mala si tuerce su voluntad hacia lo objetivamente incorrecto. No es fácil tratar y descubrir qué sea el mal, pero tampoco imposible. Quedémonos por ahora con el concepto de que el mal es eso que denigra al hombre y lo imperfecciona. Ello permite denominar a una acción como “mala” y, con justa razón, nos conduce a sostener que quien la perpetra es “una mala persona”.
Miryam Patricia Falla Guirao
Licenciada en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Exbecaria de Investigación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la República Argentina en el área de Ética y Bioética. Docente Universitaria en pre y post-grado. Conferencista en universidades, colegios profesionales e instituciones jurídicas y de salud.
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