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Hoy salí sin mascarilla

El vaso medio lleno, o medio vacío. ¿Cómo lo ves?

Suelo ser una persona positiva y propositiva, que siempre busca las cosas buenas, aún en las circunstancias adversas.

El 15 de marzo de 2020, días después de la confirmación del ‘paciente cero’ en Perú del inverosímil coronavirus, el presidente Vizcarra anunciaba la inmovilización social obligatoria, para todo el país, por 15 días. Todo era muy incierto y entre muertos y heridos prácticamente el Perú se paralizó un año, incluso ya con nuevo mandatario, luego de la vacancia del ahora denominado como ‘lagarto’.

Los primeros días fueron de locura pues no se conocía realmente al enemigo y espontáneamente hubo acciones tan absurdas como acumular cerros de rollos de papel higiénico, algo que, hasta el día de hoy, nadie ha podido explicar.

La lejía, el alcohol, los guantes, los mandiles, los gorros y zapatos descartables pasaron a ser artículos de primera necesidad, con la obvia consecuencia de polos y pantalones manchados. Nos lavamos las manos con jabón tantas veces al día por 20 segundos y lo complementamos con algún otro menjunje, que, en algunos casos, hasta desaparecieron las huellas digitales.

Como si fuésemos japoneses los zapatos comenzaron a quedarse en la puerta. Nos cambiábamos la ropa y bañábamos, si por alguna razón teníamos que salir por alguna circunstancia extraordinaria. Empezaron los zoom, meet, teams, facetime y otros.

Ni siquiera queríamos asomar la cabeza por la ventana, por temor a que el virus estuviese merodeando. Los ‘sabelotodo’ afirmaban: ‘eso es una ridiculez, no sirve para nada, es una exageración.’ Pero la verdad es que estábamos asustados, pasmados, no creíamos que algo así pudiera estar pasando en pleno siglo XXI.

Le echábamos la culpa a los chinos, a los murciélagos, o a alguna conspiración internacional. Los contagiados se dispararon y empezó la tragedia en nuestro país, al desnudarse nuestro desastroso sistema de salud, que dejó un saldo mayor a los 200,000 muertos, directos o indirectos, por el maldito virus y por el precario estado de nuestros hospitales y las insuficientes clínicas.

Encima los gobernantes de turno nos engañaban y generaban falsas expectativas sobre las supuestas mejoras en nuestro país. Mentían, los meses pasaban, se vacunaron a escondidas, y ni siquiera compraban las vacunas. Los estragos los seguimos sintiendo hasta hoy.

Pero, desde mi punto de vista, el símbolo más visible de esta pandemia ha sido la mascarilla. Las ha habido de todos los materiales, colores y diseños. Que, si usas una, o dos. Que, si mejor es la quirúrgica, o la KN95. Que si compro una o cien. 

La mascarilla nos ha dejado una huella. No solo física, por los rostros marcados y las orejas levantadas. Sino porque escondía la tristeza, angustia o alegría. Nos dejamos de reconocer, detrás de ese pedazo tela u otro material, ya no se podía distinguir las expresiones de esa persona que teníamos al frente. Es más, ni siquiera querías saber quién era, para no tener que saludarlo y que se genere una posible situación de contagio.

La mascarilla nos protegía, pero nos deshumanizaba, nos alejaba de todos. Impedía una respiración fluida y a menudo nos agitábamos, sobre todo al subir escaleras, o al caminar tramos largos. Ha sido el elemento más invasivo de esta crisis sanitaria.

Por eso, apenas escuché al disparatado premier anunciar que progresivamente se levantaba la obligatoriedad del uso de la protagónica mascarilla, no quise complicarme con su cantinflesca explicación sobre cuándo, cómo y en qué circunstancias, sino que me dije a mí mismo: Sí!!!

Y a la mañana siguiente me puse mi ropa deportiva y salí a caminar los 10 kilómetros que recorro a diario, SIN MASCARILLA, como una expresión que la pandemia ya está terminando. Como una señal de libertad. Confieso que, por si acaso, tenía una en el bolsillo.

Grande fue mi sorpresa cuando caminaba mirando todos los rostros y no encontraba a muchos optimistas como yo, sin mascarilla. Lo que sí descubría era a muchos que me miraban con cara de: ¡Qué barbaridad! ¡Qué inconsciente! Casi, casi con la misma expresión que, más de una vez, yo ponía al cruzarme con un individuo que cometía la misma falta algunos meses atrás.

Es natural, seguimos aún en estado de shock. Pero debemos regresar, poco a poco, a la normalidad. Volver a sentirnos seguros. Necesitamos respirar el aire en la calle con tranquilidad. Y así volveremos a descubrir a tantos rostros que hace dos años veíamos incompletos, como si fuese un concurso de ‘identikit’.

Yo tenía una sonrisa y me sentía realizado con algo tan sencillo como era sentirme libre. Regresé a mi casa y exclamé: ¡Hoy salí sin mascarilla! Y todos me miraron perplejos, incrédulos y con las recomendaciones de la prudencia del caso finalmente ya comenzaron a librarse de esa esclavitud.

Guillermo Ackermann Menacho. Desde hace más de cuatro décadas me desempeño como gestor en el campo de las comunicaciones, marketing y responsabilidad social, tanto en empresas del mundo corporativo, instituciones con fines sociales, medios de comunicación, radios, televisión, digitales, así como en la producción de contenidos audiovisuales, publicidad, documentales, videos institucionales y diversos programas. He sido productor ejecutivo de material producido en 24 países. Desde mi juventud he participado en diversas iniciativas sociales, deportivas y religiosas, como promotor y voluntario. Soy un convencido que este mundo se puede cambiar si cada uno pone su granito de arena y, en lo que hago, trato de poner el mío.

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