El Papa Francisco dice: “la batalla contra el hambre depende en gran parte en no dejarse vencer por la inercia”.
Y parece que la inercia social de la pandemia nos hace olvidar que la canasta básica familiar se encarece más que otros servicios y productos manufacturados.
Los tiempos caóticos de enclaustramiento obligado con cierre de empresas y caída del producto bruto interno, así como de la casi duplicidad de la extrema pobreza en el Perú y de tantos problemas que nos han acarreado las malas decisiones tomadas por pseudo-expertos que, desde el poder político, han desgraciado nuestra economía y por ende nuestra sociedad, producen un letargo social en lo que se nos avecina.
No nos damos cuenta que además de seguir con los rezagos de la COVID-19 con aún amenazas de una cuarta ola, no vemos el plano internacional con la retención logística de Shanghái de cargueros en fila, tratando de zarpar de sus puertos a otros continentes mientras su población está confinada por el pico de la COVID-19, enlenteciendo la distribución de partes y piezas de repuestos para que sigan moviendo la industria en general, inclusive la alimentaria.
Sumado a esto está la guerra entre Ucrania y Rusia, donde los puertos ucranianos destruidos impiden la salida de los granos que aún tenían en sus silos almacenados y, adicionalmente, la falta de sembrío en sus campos de cereales para la alimentación a nivel mundial.
Además, el bloqueo por parte de la OTAN de los capitales rusos cerrando el Swift de sus transacciones interbancarias, provocan un desfase en las compras internacionales de alimentos y fertilizantes donde la venta del saco de urea en el Perú pasó de 65 soles antes de la pandemia a 210 soles en la actualidad haciendo inviable que los campesinos opten por fertilización directa en estos y en los próximos meses sin ayuda del gobierno, haciendo que los cultivos en especial los de panllevar sean los que van a escasear.
Imposible que la exoneración del 18 % del IGV en alimentos pueda compensar el aumento de 300 o 400% del precio de la urea para producirlos. Así mismo ocurre con otros fertilizantes que han encarecido enormemente la productividad agrícola y que acabada la campaña de sembrío se comenzará a sentir, sobre todo en los bolsillos de los más necesitados, por la escasez que habrá.
No pensemos que el guano de isla con menos del 15% de nitrógeno podría subsanar la enorme brecha de toneladas de urea con 46% de nitrógeno o que instalar una planta procesadora del preciado fertilizante a largo plazo podrá minimizar la falta de alimentos.
Ahora sí es necesario usar el cerebro en el Ejecutivo, en especial en el MIDAGRI para buscar soluciones inteligentes para paliar esta hambruna que se nos avecina en pocos meses.
Mario Cabani
Médico, gestor en proyectos de innovación y bienestar social, graduado como médico cirujano en la Universidad Nacional de San Marcos. Realizó estudios de postgrado en el Hospital Universitario Pedro Ernesto entre 1991- 1993 en Cirugía General y 1993 – 1996 en cirugía plástica con certificado por la Universidad Estatal de Rio de Janeiro, Brasil. Fundador y gerente general de empresas dedicadas a salud, agricultura y construcción, así como de Organizaciones sin Fines de Lucro con convenios nacionales e internacionales para la atención gratuita de pacientes desfigurados y el mejoramiento genético de embriones vacunos.
0 comments on “De la pandemia a la hambruna”