Columnas Opinión Víctor Velásquez

¿Nueva constitución o solo reforma?

La actual constitución, no es la causa de la desigualdad, los causantes de tamaña desgracia, son los mismos peruanos, autoridades o populorum, que generacionalmente, encontramos en las crisis, un motivo egoísta y negligentemente, como ganarnos el pan de cada día.

Para que el Estado sea social y democrático; para que la Republica sea solidaria, y reconozca como valores intrínsecos e irrenunciables la dignidad, la libertad, la igualdad sustantiva de los seres humanos y su relación indisoluble con la naturaleza; que genere mayor bienestar social; que consagre a los símbolos nacionales; que se sea laico; etc., etc., etc., no es necesario una Nueva Constitución sino una reforma de la misma, y en especial, que cambiemos de actitud. Para ese cambio de actitud, aunque suene un poco infantil y de convento, debemos premiar a los buenos y castigar a los malos. Empezando por lo alto de la pirámide social, los de arriba deben dar buenos ejemplos, para que los de abajo, no lo repitan o los multipliquen.

En tal sentido, las múltiples acusaciones de los últimos treinta o más años, en corrupción, vía compras militares, obras públicas, no deben para su control y fiscalización, estar asociados con las autoridades políticas a elegir en próximos comicios electorales, sino en las necesidades de las poblaciones, cuya pobreza extrema, desempleo y carencias, se ha elevado significativamente.

No permitamos que anulen, doscientos  años de vida  republicana, con el deseo de impulsar y lograr que un movimiento ideológico arribista y mercenario denominado socialismo del Siglo XXI, a pesar de los magros resultados obtenidos en Cuba, Venezuela, Nicaragua y en el mismo Bolivia, y con proceso eleccionario amañados y dinero al parecer, proveniente del narcotráfico, en nueve mes o más de gobierno, continúe destruyendo lo bueno construido , y sobre las cenizas,  al mismo estilo de los regímenes polpotianos, tratar de construir un castillo de arena de la nada en nuestro bello, pero a veces desgraciado país.

Recordemos, Perú, vieja morada de vida en la cual han transitado diversos pueblos desde los lejanos Arahuacos de los que habla Luis E. Valcárcel, que, con sus luchas milenarias con los aguerridos collas, señores del altiplano, fueron forjando un mestizaje del cual surgieron los quechuas y los aimaras. Actores cuyo testimonio de sus guerras ancestrales han quedado como recuerdo, las diversas ruinas líticas a lo largo y ancho de los andes, de la costa y de la selva peruana. O aquellos pueblos que conformaron el ejército de los Incas, del que nos habla José Antonio del Busto, liderado por Huayna Cápac, que llegó al Salar de Atacama, continuó hasta Antofagasta, Coquimbo, Mapocho, adonde recién tuvo encuentros con Michigalongo y Tangalonlo, caudillos araucanos; llega al rio Maule poco después de haber avanzado más al sur, según los cronistas, hasta el Estrecho de Magallanes, o como dicen, al final de la tierra, la región del Gran Volcán que está a la atura de Puerto Varas, de Osorno por Llanquihue, llegando al Maúlin. O aquel soldado, participando en la Toma de Chiloé y el estrecho de Magallanes por los hombres de armas salidos del Perú, para evitar el paso de las Escuadras que, por el turno de las guerras religiosas en Europa, venían a asolar al Reino del Perú, escuadras de Inglaterra, Holanda o Francia, que obligaban a la Armada del Mar del Sur, con sede en el Callao a un patrullaje permanente en defensa del “Océano Peruvianus”.  O aquel Ejercito Real del Perú, del que nos relata Juan Ugarte del Pino, conformado por soldados criollos y mestizos, el que integraron los hermanos Castilla, Gamarra, Santa Cruz, Berindoaga, Riva Agüero, Terán, Aristizabal, Goyeneche, que vencieron en Rancagua e ingresaron a Santiago, pensando que combatían a los ingleses y sus aliados, sus tradicionales enemigos de trescientos años; pues así consta en las medallas de oro, plata y cobre que en su honor se acuñaron en Santiago en 1814. Según afirma el historiador Luis Durand Flores, “una revisión de los hechos históricos, basado en el conocimiento de fuentes y un examen diacrónico de la lucha por la libertad americana permite precisar en primer término, que el Perú tuvo una prioridad, un primer lugar, en esta lucha por su independencia y de la América desde el siglo XVI”.  Don Víctor Andrés Belaunde, en su obra Peruanidad, nos habla de que: “El Perú un esfuerzo de unidad; es y debe ser la epopeya de la unidad que debe triunfar en el espacio. Llanuras estériles separan los valles costeños. El vivo esmeralda de los algodones y cañaverales resalta sobre el ocre y bermejo de las inmensas manchas desérticas. Estribaciones de rocas adustas entre los aleados y rientes valles serranos. Gigantesca escala de cumbres nos aproxima a la desolación iluminada de las punas y al blanco reverberante de la “nunca jamás pisada ni de hombres ni de animales ni de aves inaccesible cordillera de nieves”. Y asoma la tupida alfombra de la selva, en que se desenvuelven en ritmo lento su curso de serpientes los ríos solemnes. Arenas de desierto, nieve de cumbres, fecundidad de selva; todo lo junto y lo unió el imperio magnifico del hombre”.  Y en este esfuerzo por retratar la Nación, cito las palabras de Franklin Pease, quien dice: “Imágenes de conciencia histórica se hallan en las declaraciones de la propia Constitución de 1823, destacando la afirmación de que el Perú era un país de ciudadanos, lo cual significaba de hecho, la abolición jurídica de la república de indios, si bien no determinaba su real desaparición”. También, deseo referirles lo dicho por el ilustre maestro sanmarquino Raúl Porras Barrenechea, quien escribió hace muchos años, palabras que se pudieran decir, sirven para el Perú de ayer, de hoy, y del mañana: “Queremos refundar la república, queremos inaugurar una segunda república, los que dicen eso no saben ni han leído al criollo Baquijano y Carrillo desde la vieja tribuna de la Universidad de San Marcos. Cambiará por primera vez la voz de la lisonja virreinal por el sereno alegato contra la injusticia y la reprimida emoción por la libertad; y las palabras vibrantes de Sánchez Carrión, en el Congreso Constituyente, proclamando las bases intangibles de la república y exigiendo la virtud como el más auténtico atributo del régimen democrático. Como ellos hoy necesitamos maestros y estudiantes que ennoblezcan la historia de la acción y del pensamiento. Faltan personas que en esta hora negativa infundan a nuestros jóvenes el espíritu de los tiempos y destierren restricciones y vanas lamentaciones. Falta su opinión por medio de una prensa atada al régimen o a la oposición y no a más de la mitad de la población no representada. Qué diferencia hay, verdad. Los mejores abogados, defendiendo a transnacionales. Es cuestión de que en medio de la globalización busquemos los gérmenes vitales de una cultura propia pero nunca volver a la quietud del tiempo medieval”. Para seguir fotografiando al Perú, citaremos al gran historiador Jorge Basadre, quien sobre la afirmación cívica y prospera de la Patria nos dice: “La solidaridad interregional, interracial e interclasista que la idea de Patria implica teóricamente tiene, el programa de una empresa común ¿En qué consiste ese programa? Dice Basadre: Consiste, en primer lugar, en la búsqueda de un Estado que ofrezca libertad e igualdad. El régimen colonial es malo precisamente porque aparece como incompatible con ese concepto. Patria implica un estado limpio, dentro de lo que es compatible con lo humano, regido no por la voluntad arbitraria de un hombre o de unos cuantos, sino por las normas justas de las leyes. El exponente más alto de la afirmación cívica de la Patria resulta ser en el periodismo de la época de la independencia, El Tribuno de la República Peruana que redactara Sánchez Carrión. Para defender patria y libertad, dice allí, hay que luchar indomablemente contra los enemigos internos y externos. Entrar en guerra, sacrificar los bienes y la vida, arrostrar el derramamiento de sangre y la ruina por la felicidad de las generaciones que vienen”. Termina diciendo: “La idea de Patria, se une, a la vez a una visión optimista del futuro. Las trabas que la legislación colonial puso al comercio tendrían que desaparecer. A Europa y Asia irían frutos y metales, y del exterior vendrían riquezas industriales. Podría desarrollarse el progreso agrícola y minero, técnicamente orientado; y también la irrigación y las vías de transporte. Habría investigación cuidadosa del mundo vegetal, mineral y animal. La realidad desmintió rudamente las esperanzas prematuras puestas en el progreso comercial e industrial inmediato; pero no logro deshacer los ideales permanentes de progreso imbíbitos en la idea de Patria”.   Les traigo ahora, las palabras de Julio Cotler, quien dice muy certeramente que: “La cuestión del problema histórico peruano puede definirse, sucintamente, como la carencia de un grupo rector capaz de realizar de manera sostenida un proceso de integración nacional y política de la sociedad. Con ello aludíamos al hecho de que el Perú no ha contado en su historia con una clase dirigente con capacidad y voluntad para:  acelerar, en extensión y profundidad, el desarrollo capitalista, con el objeto de homogeneizar la estructura productiva, la organización y las relaciones entre las clases sociales, y constituir un mercado integrado; incorporar progresivamente las exigencias populares a la vida del estadio, con el fin de crear consenso entre gobernantes y gobernados sobre la legitimidad de aquel; para lo cual debían definirse los límites y los procedimientos institucionales de la participación política; unificar a la población y el territorio, mediante una efectiva centralización la fragmentación social y cultural existente entre las clases así como sus concomitantes étnicos, lo que favorecería la constitución de una identidad colectiva nacional. Termina diciendo: “A lo largo de la historia republicana, las clases dominantes no lograron organizar a la población alrededor del Estado, con miras a objetivos comunes. Tampoco consiguieron crear la imagen de un Estado representante de los intereses colectivos. En pocas palabras, no fueron capaces de incorporar y acomodar las exigencias populares a la actividad estatal, ni propiciaron un proceso de relativa democratización de la sociedad y la política peruanas”. Los historiadores contemporáneos Carlos Contreras y Marcos Cueto, nos dicen, muy optimistas, y eso es bueno, de que “es importante resaltar la riqueza de los proyectos de construcción y reconstrucción nacional que a lo largo de casi dos siglos henos tenido en el Perú. La población busco constantemente caminos de superación en todos los niveles; con materiales e ideas a veces importadas de otros lugares, pero también con elementos internos o, en todo caso, adaptados y transformados internamente”. Ponen mucho énfasis en este aspecto, “con el ánimo de contrapesar visiones anteriores sobre la historia del Perú, en las que se sugirió, por lo contrario, la carencia de elites dirigentes, o contra elites alternativas, y se retrató al país como un ente pasivo y simplemente receptor de las presiones y coyunturas internacionales”. Continúan diciendo: “Hoy estamos más dispuestos y preparados para aceptar que la descolonización de la sociedad peruana que nació a la vida independiente, fue un proceso, desde un inicio, bastante complicado, y por lo mismo, lento, sinuoso e intermitente. Los grandes proyectos de reforma que hemos descrito y evaluado en este libro -se refiere a Historia del Perú Contemporáneo- tuvieron, de una u otra manera, la mira puesta en esta meta descolonizadora. No la alcanzaron plenamente, en gran parte, a causa de las debilidades y errores en su diseño, aplicación y capacidad de convocatoria y por avatares históricos diversos; pero cada nueva generación saco lecciones de lo acontecido y pudo reajustar sus estrategias”. Terminan diciendo: “Cuando un siglo termina y otro comienza, es más oportuno que nunca un examen de nuestro proceso histórico como nación independiente, que permita comprender de qué manera los peruanos podríamos mantener la continuidad en los esfuerzos de desarrollo, la incorporación sin  desventajas ni dependencias del resto del mundo, el impulso de la riqueza de nuestra diversidad cultural, el fortalecimiento de instituciones públicas y privadas, y la erradicación de todo tipo de prejuicios, exclusiones y estigmas sociales y étnicos”.

Los hechos narrados, nos hacer ver que, la conmemoración de nuestro Bicentenario, nos exige el deber de preservar y defender la libertad y éste deber crea graves y trascendentes responsabilidades. Tenemos la responsabilidad de ser dignos de la libertad, que no es licencia para el desorden o el ocio, sino exigencia de organización y respeto. 

Asimismo, nos hace reflexionar, sobre la necesidad de tener un sueño compartido. Llamémoslo Visión Perú. No desintegrado, ni resquebrajado, ni incompleto, ni inconcluso, ni agrietado, sino integrado, que una, en democracia, a todos los sectores de la sociedad, para que, sin lucha de clases, se haga realidad el sueño de un país respetuoso y respetado en el mundo globalizado del presente Milenio.

Hay tres premisas para conseguir la reforma, y, por ende, el desarrollo en paz: una, que sea en democracia; dos, que sea con valores; y tres, con la participación masiva ciudadana.

Víctor Velásquez Pérez Salmon.   Coronel del Ejército del Perú en Situación de Retiro. Se ha desempeñado como Catedrático de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra, Director de la Comisión Permanente de Historia, y miembro del Proyecto Ejercito 2001.  Es autor de varias publicaciones de historia, ensayos, poesía y cuento. 

0 comments on “¿Nueva constitución o solo reforma?

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: