Escribiría Bolognesi, en algún descanso que le diera sus múltiples tareas en Arica, lo siguiente: “No me asusta la muerte y menos cuando la patria me lo impone, pero observo que en estos casos se acuerdan de mí “… “Aquí estoy bien de salud, esperando solo venga el enemigo para recibirlo, sin que me importe su número”. Era ello, como un presagio, era como una voz que venía de muy adentro de su alma, era a la vez muy real. Los hechos reales no se podían ya evitar, pero había que luchar hasta el fin.
Refirámonos a la respuesta bolognesiana. Tratándose de frases dichas por hombres de guerra, ha alcanzado difusión universal aquella con la que Stoessel, uno de los generales del Zar Nicolás III, en la guerra ruso – japonesa de 1904, lamentaba la derrota de sus compatriotas en Puerto Arturo, expresó que “Hizo falta un Bolognesi”, dando a entender que el coronel peruano era la encarnación del patriotismo y del sacrificio
No basta que una frase feliz o una arenga vibrante, sean ingeniosas y elocuentes. Es necesario que encierren una esencia vital, que estén dotadas de energía y que tengan arraigo en la conciencia. De lo contrario cualquier juego de palabras, por afortunado y sonoro que sean, tendrá solamente resonancia momentánea o se diluirán en el piélago de las cosas comunes e intrascendentes.
En su alcance y gravitación, dicha frase, es una afirmación rotunda. Una advertencia formidable. Todos podemos sostener que tenemos deberes que cumplir dentro de las limitaciones legales y circunstancias imperantes. Corresponde a los dominios de la voluntad considerar como sagrados estos deberes, porque para ello tendríamos que darle categoría mística.
Cuando Bolognesi sublimiza sus deberes de soldado, dándoles trascendencia sobrehumana, está diciéndonos que tienen para él, el imperativo de una obligación intransferible e imprescindible, y al afirmar, que sus deberes tienen calidad de sagrados, está demostrándonos que ha llegado al más alto nivel de la moral profesional.
Siendo así, el cumplimiento de estos deberes estará por encima de todas las contingencias y ya nada ni nadie le harán desistir. Es entonces cuando su propia vida y todos los halagos sociales valen menos que la defensa de la patria.
Cumplir un deber es una expresión muy lacónica y común si se quiere. Todos presumen de cumplir los suyos, pero no todos lo ofrecen como testimonio convincente hasta sus últimas energías. Pocos son los que queman aun sus últimas células vitales en honor a la palabra empeñada.
Por eso es que, cuando Bolognesi, después de afirmar que tiene deberes sagrados, promete cumplirlos “quemando el último cartucho”, está imponiéndose una consigna heroica.
La respuesta, que el venerable coronel jefe de la Plaza de Arica diera el 5 de junio de 1880 al emisario chileno, no fue un alarde verbal ni un recurso de oratoria audaz. Revelo que la misión del soldado, no es solamente conseguir la victoria en los campos de batalla, sino consiste, en saber cumplir un pacto con la gloria en las circunstancias más adversas. La defensa de Arica tuvo ese último significado.
Sin mayores posibilidades de vencer al enemigo en una lucha desigual, debido al desequilibrio en hombres y armamento a favor del adversario, así como a las órdenes y contraordenes, marchas y contramarchas de sus comandos en Lima y Tacna, Bolognesi y sus hombres se inmolaron conscientemente. El drama de Arica dejo como enseñanza que cuando un soldado esta imbuido de responsabilidad patriótica, la amenaza, la efusión de sangre y la pérdida de vidas es solamente un episodio de su carrera, porque lo fundamental es que el honor nacional quede incólume y que la gloria, siempre exigente y justa, no le niegue sus laureles en la posteridad.
Como lo expresara el teniente coronel Julio C. Guerrero: “La frase de Bolognesi dicha a un individuo solo, en el recinto del despacho del jefe ¡Quemaré el último cartucho!, es posible que hiciera en el individuo un efecto terrible, depresivo, pero en la colectividad, en una multitud, es la chispa que produce el incendio de los heroísmos”
Por ello, los laureles que para la Patria ganaron los defensores del Morro de Arica, el 7 de junio de 1880, reverdecerán siempre en la historia y en el tiempo.
Bolognesi, glorioso guerrero de dignas épocas, héroe que con su muerte dio honra a su patria, cayó al pie de su bandera en el campo de batalla. Ejemplar coloso de la guerra del 79 y de todas las guerras habidas.
El 30 de julio de 1880, llegaron de Chile, sus restos mortales. Con él, el de dos de sus compañeros del Morro, el capitán de navío Federico Moore y el del teniente coronel Ramón Zavala. Los tres ataúdes envueltos en el pabellón nacional fueron conducidos en hombros al Cementerio General. El ataúd de Bolognesi, fue cargado por jefes de artillería y seguido del Regimiento Escolta del Presidente de la Republica. Formó todo el ejército. Concurrieron autoridades, público en general. El Obispo Monseñor Juan Ambrosio Huerta, fue el encargado de pronunciar la Homilía. Ya estaba de vuelta al terruño quien diera la vida por ella. Ya estaba en la gloria aquel soldado sin ideología, sin partidarismo, sin egoísmo, sin clientelaje, sin mancha.
La frase “Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”, es una célebre respuesta, pero también es un ideal de lo que debe significar en su devenir histórico el Ejército del Perú.
Víctor Velásquez Pérez Salmon. Coronel del Ejército del Perú en Situación de Retiro. Se ha desempeñado como Catedrático de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra, Director de la Comisión Permanente de Historia, y miembro del Proyecto Ejercito 2001. Es autor de varias publicaciones de historia, ensayos, poesía y cuento.
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