Cuando empecé jugar al ajedrez, allá por 1972 cuando el match Fischer – Spasski, no imaginé terminar atrapado en su historia. Entonces era un mozuelo soñando subir al podio algún día. Hoy, 50 años después, presiento haber descubierto algo trascendente que ha pasado inadvertido los últimos 8 siglos: el origen matemático del ajedrez. Ni el XIII campeonato nacional de ajedrez postal, logrado en 2008, ha provocado en mí las sensaciones de gran satisfacción, triunfo y realización, como ocurre ahora con la publicación de mi artículo, Reforma del ajedrez y el Número de Oro. Lo que estoy por contarles pondrá en tela de juicio toda la historia del ajedrez que usted conoce pues aseguro que el milenario juego ha sido creado sobre bases estrictamente matemáticas.
He llegado a esa conclusión al estudiar el poema valenciano del s. XV, Scachs d’ Amor, poema que revela por primera vez los nuevos poderes de una vieja pieza, la reina, bautizada desde entonces como dama. El título del poema condujo a las primeras sospechas pues refiere que el mismo fue «inventado por conjunción de los planetas Marte, Venus y Mercurio», conjunción que, como sabemos, responde a una expresión matemática pues es perfectamente predecible. Otra pista fue la afirmación del español Ruy López de Segura, primer campeón mundial oficioso quien, en su libro de 1561, aseguraba que el ajedrez es un «juego de ciencia e invención matemática». Como si los astros se alinearan a mi favor, llegó a mis manos el libro del GM Svetozar Gligoric, amigo personal del genial Bobby Fischer que, cual cereza en el pastel, confirmaría que el ajedrez ha sido concebido sobre el armonioso Número de Oro, pues afirma que en la movilidad de las piezas de ajedrez existe una relación matemática de 1.61. Y dicho valor es precisamente el Número de Oro.
Este famoso número, conocido desde la Antigüedad, está presente desde el cosmos hasta lo más insignificante de la naturaleza, pasando por las obras de arte de los mayores genios de la historia. Si, por ejemplo, dividimos nuestra estatura, entre, la distancia del ombligo a los pies, es 1.61; o si dividimos la distancia del hombro a la punta de los dedos de la mano, entre la distancia del codo a los dedos; o el tamaño de la palma de la mano y el nacimiento de los dedos. En todo nuestro cuerpo está presente dicha razón, como si fuese un patrón genético.
En el cosmos ocurre lo mismo pues el promedio de las razones de las distancias de los planetas hasta el Sol es, curiosamente, 1.61. Mario Livio, connotado astrofísico israelí-estadounidense, quien trabajó en el Space Telescope Science Institute, que opera el telescopio espacial Hubbe, señala en su libo La proporción áurea, la historia de Phi, refiriéndose al orden cósmico que «las matemáticas son el lenguaje del universo» y que «si deseamos comunicarnos con una civilización inteligente a 10.000 años luz de distancia, lo único que tenemos que hacer es transmitir el número 1.6180339887…, [el Número Áureo] y seguro que lo comprenderían, ya que es indudable que el universo les ha impuesto las mismas matemáticas. Realmente, Dios es un matemático».
Este número constituyó en su momento un descubrimiento muy útil para la astronomía, la arquitectura y el arte pero, a la vez, una amenaza para el poder de entonces pues algunos creyeron encontrar el número de Dios o la herramienta con la que Dios creó al mundo, al punto que Luca Paccioli, padre de la contabilidad moderna e íntimo de Leonardo da Vinci, denominara a este número como la Divina Proporción.
Yo planteo que la movilidad de las piezas del ajedrez moderno guarda una exacta correspondencia con la serie Fibonacci, cuyo cociente de la serie también conduce al Número de Oro y lo demuestro con el siguiente cuadro:

Parece inevitable que mi tesis provocará una oleada de reacciones, a favor y en contra, pues resulta tremendamente revolucionaria de cara a la historia conocida. Si la academia la corrobra, una deducción caería cual manzana de Newton: el ajedrez albergaría, desde el s. XIII, un conocimiento desconocido hasta que Copérnico, padre de la teoría heliocéntrica, lo hiciera público recién en 1543, a su muerte.
Juan Reyes La Rosa.
Administrador de empresas y Contador Público, con estudios de maestría en Administración en la UNMSM y Diplomado internacional en Control de Gestión en la Universidad de Piura en convenio con la Universidad de Chile. En el terreno del ajedrez es XIII Campeón Nacional de ajedrez postal, y Candidato a Maestro por la Federación Internacional de Ajedrez. Ha publicado diversos artículos relacionados a la teoría del juego. En el campo de la investigación ha orientado sus esfuerzos al estudio de Leonardo da Vinci y su famosa pintura La última cena. Su reciente publicación, Reforma del Ajedrez y el Número de Oro, demuestra el origen matemático del ajedrez.
Me parece muy interesante, su aporte en la historia del ajedrez.