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Los emojis: El límite de lo decible en la red

Los emojis son una creación japonesa, nacidos bajo la inspiración de Shigetaka Kurita un diseñador de interfaces, a fines de la década de los `90. Su inspiración nació bajo la influencia de las historietas (especialmente el manga) y las señales de tránsito de su país. Aunque su origen fue modesto, ya que sólo fueron creados 176, en pocos años se han vuelto fundamentales en las comunicaciones digitales y es por eso que según los especialistas su cifra alcanza los 3600. Se podrían dividir en cuatro categorías: personas (en espacial emociones), banderas, símbolos y objetos. Su contribución, más allá de los detalles estadísticos, permite comprender que el lenguaje dejó atrás su etapa uniforme (signos que forman parte de un mismo repertorio lingüístico) y está generando un nuevo paradigma que permite combinar pictogramas, memes, palabras, sonidos y otras expresiones (por ejemplo, gif) sin exigir del emisor un conocimiento vasto sobre tecnología. Los dispositivos y las plataformas se encargan de que tengamos acceso con facilidad.

En consecuencia, nos abre la posibilidad de interrogarnos acerca de cuáles son los límites de decible, es decir qué permiten expresar y qué no.  Es sencillo comprobar que el olvido, la soledad, el deseo, la pobreza, no están representadas. Tampoco podemos hallar emoticones para el grooming, el sexting, el bullying, la precariedad o la explotación laboral, ni ninguno que remita a ansiedad, desprecio y depresión. Tenemos entonces dos consideraciones para formular: las ausencias configuran una restricción que somete a nuestra capacidad de expresión a un molde que disminuye la construcción semiótica de nuestra subjetividad (con menos elementos, la combinación de palabras/íconos/imágenes se abrevia). Y además, es posible reconocer que algunos emojis sirven para muchas situaciones (por ejemplo, el sonriente puede usarse para alegría, confianza, esperanza, satisfacción, etc.) igualando matices de la conciencia humana que conforman una riqueza pero que no encuentran su espacio en este lenguaje. ¿Por qué las nuevas formas de expresión a la vez que están potenciadas tienden hacia una vertiginosa simplificación? Podríamos recortar la cuestión y someterla a un examen meramente tecnológico para acordar que la evolución de los equipos y la complejidad de la programación pronto resolverán este problema. ¿Pero si no es visto como tal por los desarrolladores y por los usuarios? Quizás se trate de una convención cultural tácita en relación a cuáles son los temas que anhelamos utilizar y de qué forma. Y en tanto que toda elección supone desechar algunas opciones, estaríamos así escogiendo un modelo de diálogo social y de vínculo con lo real, lo imaginario, lo posible y lo negado que desestima las sutilezas y prefiere manifestarse bajo el rigor del trazo grueso. La acechante pérdida no está ligada a una preocupación de baja densidad intelectual ni de pretensiones literarias irrelevantes. Se trata de una distracción que puede costarnos el privilegio de manipular metáforas. Los emojis pueden ser oportunos, divertidos y nos pueden ayudar en una conversación que no nos interesa, pero también nos insinúan que su excesiva manipulación puede dejarnos sin palabras. Con mucho para decir, pero sin las herramientas adecuadas, como hace miles de años.

Luis Sujatovich.
Profesor, Doctor en Comunicación Social. Se desempeña como docente investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina). Fue becario posdoctoral en CONICET y realizó una estancia de investigación posdoctoral en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Castilla – La Mancha (España). Es autor del libro Prensa y Liberalismo publicado en 2019.

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