La selección peruana no clasificó. Esa es la cruda y pura verdad. No hay otro asunto que una más a los peruanos que el fútbol; al mismo tiempo, se convierte en el gran distractor. No cabe duda de que un triunfo habría sido bien aprovechado por el gobierno, que ya suficientes explicaciones debe dar a la ciudadanía. El ex Ministro de Transportes y Comunicaciones Juan Silva aún sigue prófugo y un lacónico Presidente de la República continúa investigado en pleno ejercicio de sus funciones. Y la economía se hunde. Este y muchos problemas más iban a quedar atrás si hubiésemos llegado al Mundial de Qatar 2022.
Este suceso fue una gran decepción para la mayoría de peruanos, casi seguros de que íbamos al Golfo Pérsico. Y los medios de comunicación crearon expectativas triunfalistas en la gente. Los comentaristas no se cansaban de afirmar que esta selección era superior a la australiana. El único elemento de prueba que tenían era que se le había ganado a los socceros en Rusia 2018 por 2 a 0: un argumento muy pobre, pues cada partido es una historia distinta. Un equipo bien puede haber evolucionado lo suficiente durante cuatro años.
Así fue y nos vencieron en la lotería de los penales. Tampoco se jugó un gran partido. El desengaño de los hinchas obedece prioritariamente a la construcción de todo un aparato con el fin de que los peruanos ya se sintieran en Qatar. Las expectativas fueron grandes y la decepción, fuerte. Es el negocio de los medios, por supuesto. Los empresarios textiles ya habían confeccionado accesorios pensando en noviembre, y las pérdidas que arrojaron fueron altísimas. Nadie lo imaginó.
En un país donde la liga de clubes es mediocre, gobernada por mafias y en el cual no existen semilleros que brinden nuevas figuras, este cuadro de Gareca fue y es una isla artificial. La eliminación no hizo más que hacernos aterrizar en el llano. El gran distractor nos aleja de los problemas reales. La pandemia aún no ha terminado. Hay un número importante de ciudadanos que no se quiere vacunar; los problemas de corrupción del Jefe de Estado y su gobierno están a la orden del día. No hay mejor cosa que pisar suelo y saber dónde estamos. Pero los hinchas, quienes apostaron hasta la camisa, no se conforman y prefieren distraerse con el rey de los deportes. Esto no es sano para la sociedad, que debería amalgamarse en torno de otras cuestiones. El problema es que esas no venden: la defensa del Estado de Derecho, o la necesidad de fortalecer la democracia, la tolerancia y la igualdad.
Ahora no nos queda más que aceptar las cosas y seguir. La vida continúa. No obstante, recordemos que nada está dicho hasta el momento de iniciar el juego y concluirlo. La prensa y sus agoreros deben entenderlo así y no crear falsas esperanzas ante algo tan sujeto a lo aleatorio. Australia demostró no ser menos que Perú y las piruetas del hoy odiado arquero de ese país –por muchos peruanos, claro está- provocaron distracción a la hora de patear los penales. Faltó temple y serenidad. Y un poco más de personalidad en el árbitro.
Quizá sea mejor así: que la ciudadanía no viva de espaldas a los grandes dilemas. Lo que sí se lamenta es el gasto de quienes invirtieron. Ahora, solo les queda rematar esos coloridos accesorios, porque ante una nueva eliminatoria no sabemos bajo qué circunstancias competirá la blanquirroja. Seamos más responsables en este sentido y no nos dejemos confundir. En el Perú hay mucho por hacer, como dijo el Poeta, y no estamos de ninguna manera para irnos a llorar al río.
Miryam Patricia Falla Guirao
Licenciada en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Exbecaria de Investigación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la República Argentina en el área de Ética y Bioética. Docente Universitaria en pre y post-grado. Conferencista en universidades, colegios profesionales e instituciones jurídicas y de salud.
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