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El conocimiento práctico y el conocimiento técnico

Marx consideraba el ser humano como un producto de la materia y como tal se define el ser humano sólo como un ser que transforma la materia. El ser humano es trabajo. Marx lo llamaba praxis. Para Marx, el trabajo o las fuerzas productivas y las relaciones humanas son interrelacionadas, pero ambas aparecen como dos caras de un mismo proceso material. El filósofo Jürgen Habermás, neomarxista, critica esta definición del ser humano porque el ser humano no es sólo relación con la materia sino también relación con otras personas. Las relaciones entre las personas se rigen por una acción comunicativa para aprender las normas morales, mientras que las relaciones con la materia por el trabajo, exigen el aprendizaje de las normas técnicas. Jürgen Habermas llama a lo primero el conocimiento práctico y al segundo lo llama el conocimiento técnico. Hay una diferencia fundamental entre trabajo y acción comunicativa. El desarrollo de las fuerzas productivas puede ayudar a la liberación moral del hombre, pero ni la causa por sí mismo, ni siempre la ayuda. La definición de la vida buena, la realización moral, no puede hacerse desde la racionalidad técnica, sino desde la comunicación moral. El ser humano no tiene sólo necesidades materiales. También tiene necesidades culturales, es decir, las buenas relaciones libres entre las personas.  Además, el interés técnico necesita una interpretación desde el interés comunicativo para que el conocimiento técnico sirve y no hace daño a lo que el ser humano considera la “buena vida.” Por ejemplo, el mal uso de la tecnología hizo mucho daño al sistema ecológico.

Sin embargo, Jürgen Habermas no reconoce la metafísica de los valores y propone que se busca las normas sólo por un consenso entre todos. Se llama la ética de los mínimos porque hay poco acuerdo. Además, el congreso nacional debe tomar las decisiones finales. Entonces, las normas morales se convierten en leyes y, por lo tanto, se imponen por coacción. Ya no intervine la libertad de la persona y ya no son ética sino leyes que se imponen.

Una filosofía que reconoce la existencia de los ideales metafísicos de las virtudes o de los valores, necesita una reflexión sucesivamente sobre los valores, sus formulaciones en normas y la aplicación de las normas. En primer lugar, tenemos la posibilidad de reflexionar sobre los valores en nuestra conciencia. Los valores son sólo orientaciones, pero no indican automáticamente como se debe actuar moralmente. En segundo lugar, debemos convertir los valores en normas. En tercer lugar, las normas necesitan a su vez ser convertidas en decisiones prácticas para la acción singular. Para poder aplicar la norma se necesita conocer la realidad relativa a la acción. Por ejemplo, no se da un cuchillo a un niño de dos años para comer. Este tercer saber ya no es moral sino es un saber intelectual. Aristóteles lo llama la prudencia. Hoy en día, lo llamamos el conocimiento práctico. El conocimiento práctico tiene la tarea de buscar la aplicación de los principios, ideales, virtudes o valores y sus normas en la complejidad de la realidad para que se logre el bien. Una ética sin conocimiento práctico es peligrosa. Por ejemplo, no es suficiente que los padres amen a sus hijos. Ellos deben también saber cómo hacer lo mejor para ellos. Los hijos necesitan el buen ejemplo, orientaciones, aprender obediencia, control y lo principal, evocarlos a la libertad.  La sociedad actual exige a los padres dar mucha atención a los hijos porque es una sociedad que promueve el egoísmo. El conocimiento práctico indica cómo aplicar las virtudes en una situación concreta.

Tenemos entonces una diferencia entre las virtudes morales y la virtud intelectual, llamado el conocimiento práctico.  El deseo del fin virtuoso es el principio, pero falta la realización por medio de las acciones, señaladas por el conocimiento práctico. La recta intención de las virtudes morales no es suficiente. El camino al infierno está plagado de buenas intenciones. El acto de la virtud es también actuar por la elección recta que depende del conocimiento práctico. A la recta intención falta la acción recta. La intención recta mira a los principios, pero la acción recta realiza la virtud. Buscar y hacer el bien moral es el fin de la persona. Aristóteles decía: es la vida bella y feliz.

Johan Leuridan Huys
Licenciado en Sagrada Teología de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y Doctor en Teología de la Pontificia Universidad Urbanianna del Vaticano. Decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad de San Martín de Porres.

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