De un tiempo a esta parte, aproximadamente desde finales del gobierno de Fujimori, se viene maltratando mucho a nuestras Fuerzas Armadas y Policiales. Diferentes ONGs (todos caviares), aprovecharon muy bien el desprestigio causado por una cúpula de altos oficiales implicados en millonarios actos de corrupción, para llevar a cabo su venganza política. Lamentablemente, algunos malos elementos dieron a la izquierda parasitaria las armas que necesitaba para su mezquino y artero plan de difamación sistemática, cayendo en la siempre engañosa e injusta generalización para meter a todos en el mismo costal.
Todo esto ha traído como consecuencia el paulatino debilitamiento de estas instituciones, al punto que ya casi no tienen capacidad de reacción ante situaciones en las que deberían actuar. Pues no se sienten respaldadas por su pueblo ni por su gobierno.
Desde la segunda mitad del siglo XX, en que se crearon y proliferaron las primeras organizaciones –supuestamente- pro Derechos Humanos en el mundo, se multiplicaron como parásitos chupasangre y se dedicaron reescribir la historia, contando de manera tendenciosa toda clase de infundios y posverdades, en las que en todos los países que se desangraron a manos de grupos terroristas y milicias civiles, siempre los abusivos y los malos de la película fueron las fuerzas del orden.
Ah… Pero claro, eso siempre y cuando los gobiernos represores no hayan sido afines a su ideología. En casos como los de la exURSS de Stalin y sus países anexados de Europa del Este, o de la China de Mao Tse Tung, de Cuba, Nicaragua y Venezuela, la cosa funcionó siempre al revés; ahí sí la historia se contó diferente. Ahí sí que nunca abrieron la boca y, otros más descarados, justificaron toda clase de atrocidades en nombre de su perversa revolución.
Jamás escuché de boca de algún –supuesto- activista y defensor de los Derechos Humanos, expresar con energía una verdadera indignación por todas las barbaridades que padecieron, padecen y padecerán esos sufridos pueblos, en los que la libertad es una quimera y cuyos ciudadanos viven resignados a un futuro lleno de privaciones y temores.
Y en ese contexto, el Perú no ha sido la excepción. En nuestro país también sucedió lo mismo. Luego de los largos casi 13 sangrientos años de terrorismo, diferentes ONGs progres y sus medios comprados con abultados fondos internacionales (cuyo origen nadie controla ni fiscaliza) se han encargado de voltear la tortilla, difamando a nuestras Fuerzas Armadas y Policiales, acosando a sus oficiales con interminables juicios e injustas condenas y poniéndolos como victimarios. Y, a su vez, en el colmo del descaro, pintando a los integrantes de los grupos terroristas como inocentes víctimas; utilizando eufemismos como ‘conflicto armado interno’, como si de valientes soldados se tratara, cuando en realidad no fueron más que cobardes y sanguinarios asesinos. Y, como si no fuera suficiente, los peruanos tuvimos que indemnizar con nuestros impuestos a muchas familias de estos carniceros.
¡YA BASTA! Los miembros de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas y Policiales merecen un impostergable desagravio y una justa reivindicación. Todos aquellos oficiales y suboficiales que aún sufren injusta prisión, deberían ser inmediatamente liberados y, los que la sufrieron en el pasado, deberían de ser indemnizados. Y todos juntos deberían ser desagraviados en una multitudinaria ceremonia pública.
El Estado Peruano tiene una deuda impagable con sus Fuerzas Armadas y Policiales. Las ha maltratado demasiado.
Mauricio Rozas Valz.
Estudió Administración de empresas en la Universidad Católica Santa María de Arequipa. Escritor con dos títulos publicados de relatos y de poesía. Activista internacional contra el maltrato animal y miembro del colectivo “Arequipeños por Arequipa.
Es verdad, suscribo el artículo en su totalidad.