Por estos días se debate en el Congreso la bicameralidad.  Es decir, que el Legislativo vuelva a ser conformado por dos cámaras: Diputados y Senadores.  Este sistema ya existió en el país, pero fue abolido por Alberto Fujimori en 1992, cuando dio el autogolpe de Estado y, posteriormente, en 1993, al establecer, en la nueva Carta Magna, un Congreso unicameral.  La intención de Fujimori era la de controlar y disponer de los representantes a su antojo. Y todo esto, en sus propias palabras, para solucionar los problemas del Perú. Esto devino en una corrupción escandalosa que, ocho años después liquidó, al fujimontesinismo, herencia del APRA.

En principio, resultaría muy sano y positivo para el país contar con dos cámaras, sobre todo para que una fiscalice a la otra. Sin embargo, este cambio ha de hacerse con absoluta seriedad. Esa que merece una labor de tal importancia: legislar tomando en cuenta que los encargados de hacerlo no pueden surgir de una suerte de “subasta” o pelea a dentelladas por ocupar un escaño, o sin la idoneidad del caso.

En 2019, el expresidente Vizcarra disuelve constitucionalmente el Congreso de la República y convoca a nuevas elecciones. Una de las condiciones era la de no re-elección.  De pronto, surgió la amenaza de que muchos congresistas impresentables y obstruccionistas se reeligieran bajo la trampa de que ahora postulaban para diputados y senadores.  Todo esto en una consulta a la ciudadanía, efectuada junto a las elecciones congresales.  Esta amenaza quedó anclada y el referéndum hizo sombra al debate. La población dijo: “NO”.  El sistema bicameral se utiliza en la mayoría de países democráticos. ¿Qué lo hace peligroso para nosotros?  En primer lugar, la posibilidad de que las mismas personas, de probada inmoralidad, ocupen esos puestos. Aquella fue la causa de la negativa de la población.  Existen políticos inútiles y mafiosos que por años han succionado la mamadera del Estado; lo que se pretendía, por lo tanto, era acabar con eso. 

La cuestión es brindarle la oportunidad a gente joven, con ideales, que logre cambiar los destinos del país como servidores (y no lobistas gangsteriles).  Que estén siempre “los Orozco” -como reza el genial tema de León Gieco- nos perjudica y atrasa. Así mismo, debería elevarse la valla de las condiciones para integrar el Parlamento. No sabemos finalmente si la bicameralidad se establecerá, pues uno de los peores fantasmas que la rodean es el de la mediocridad y el prontuario policial. ¿Qué gente finalmente entraría sin filtros adecuados?  La colectividad teme que el Legislativo se convierta en algo peor que una mera olla de grillos.

Definitivamente, le haría bien al país que hubiese dos cámaras congresales en aras de la calidad de las leyes y el buen funcionamiento del segundo poder del Estado.  Pero, ¿estarán dadas las condiciones para retornar a ese sistema?  En un país donde el desorden y el transfuguismo reinan, no es dable. Por ahora y en pleno debate, no alcanzan los votos para una respuesta positiva.  Los actuales “padres de la patria” viven bajo la sombra del “NO” de 2020.  No solo debemos cuidar la calidad de las leyes que emerjan del hemiciclo, sino, además, de la gente que lo integraría.

Ambos sistemas ostentan sus bemoles. La bicameralidad amenaza con la reelección de incompetentes y clientelistas; la unicameralidad propicia una dictadura legislativa.  Por lo menos, esas fueron las intenciones de Fujimori. Varios capítulos y artículos de su Constitución urgen ser enmendados a efectos de articular un sistema moderno, honesto y eficaz. Sería la estructura ideal, aunque, si bajamos al llano, ya no estamos tan convencidos. ¿Bellido, Acuña o Guerra García senadores?  Una pesadilla.  Ordenemos primero las cosas en casa y luego decidiremos qué conviene más.

Miryam Patricia Falla Guirao
Licenciada en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Exbecaria de Investigación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la República Argentina en el área de Ética y Bioética. Docente Universitaria en pre y post-grado. Conferencista en universidades, colegios profesionales e instituciones jurídicas y de salud.

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