Hallándonos ya en el mes patrio, es propicia una reflexión sobre nosotros. Sin duda, es poco lo que hemos avanzado como nación: seguimos arrastrando lastimosas cadenas del pasado. Oímos con frecuencia afirmar que el fútbol nos une, pero este fenómeno no es el único ni el principal que debería acercarnos unos a otros. Estamos todavía muy distantes de haber crecido si pensamos de esta manera. Cargamos como país una serie de lastres que nos separan escandalosamente. Existe un sinfín de problemas que surgen como producto de la política, la alicaída economía y el desempleo que se agudizaron aún más con las marcas de la pandemia. No nos dábamos cuenta de nada de lo que pasaba a nuestro alrededor, porque un grupo de compatriotas vive y gusta vivir con una venda en los ojos. 201 años de Independencia y todavía habitan en estos territorios espectros no fáciles de ahuyentar: espíritu de casta -herencia colonial-, el racismo, la exclusión y la ausencia de unidad en torno de principios esenciales. Seguimos más quebrados que nunca.
Cuando San Martín proclamó la libertad, lo hizo enfatizando el hecho de que esta no era una cuestión de “blancos” e “indios”, sino de peruanos. La choledad (planteada por el estudioso Guillermo Nugent) la llevamos todos, es decir, somos un país mestizo donde no hay quién se libre de “de inga o de mandinga”. Esto es lo primero que nos debe conectar: la pertenencia, sea cual fuere nuestra condición u origen. Los peruanos poseemos una identidad que no se reconoce. “Lío de blancos”, reza el dicho entre los sectores populares. Pero pensemos que al pronunciar estas palabras se alude, con resentimiento, a un grupo privilegiado de peruanos. El mestizaje es precisamente el cruce de sangres que debemos asumir, sea cual fuere la cáscara.
Cada vez que el Presidente Castillo enfrenta un mega problema, reitera con hambre divisionista que hay quienes no aceptan como Jefe de Estado a un maestro rural, hijo de las tierras andinas y campesino. Las dificultades de Castillo nacen por causa de él y son muy reales: corrupción y desgobierno añadidos a un gabinete cambiante, en su mayoría de prontuariados. El tema no está en la cuota de racismo inverso que Castillo suma a la crisis para salirse por la tangente, sino en una incapacidad que deslegitima al mandatario y a quienes lo rodean. Castillo sabe, con sus limitaciones, dónde atizar el fuego. Ahí, en la llaga de la desigualdad que no hemos superado y resta aún mucho por lograrlo.
La peruanidad es el sentimiento arguediano de todas las sangres. Un sentimiento que no aceptamos todos. ¿Cuánto tiempo trascurrirá para que ese sentir eche raíces en la razón y en el alma? No solo debemos avanzar económicamente, sino como un conjunto de ciudadanos que se identifican con los mismos valores: una sólida democracia que permita la prosperidad y bienestar sin distinciones.
En el Bicentenario seguimos deambulando con cadenas rastreras. Luchamos por no ser racistas e intolerantes, pero caemos en la trampa. Todo esto queda incorporado a un sentir superficial e hipócrita que nos marca y avergüenza. Somos los mismos, con más progreso tecnológico importado. Eso cambió nuestras vidas en lo material; nosotros, interiormente, nada. El sentimiento de peruanidad solo está constreñido al deporte y la gastronomía. Y a los paisajes para la foto. Por lo demás, nutrimos a un país adolescente, una promesa de vida -como habría dicho el gran Basadre-. Los hierros que llevamos obnubilan un sentimiento patrio auténtico: orgullo de ser iguales en una “República Superior” y gozar de las mismas oportunidades. Estamos lejos de esa unión por la identidad, como en México, pueblo hermano con diferencias culturales y sociales donde, sin embargo, late el orgullo de ser mexicanos.
Cuánto camino nos falta recorrer. La ominosa cadena nos conduce aún por oscuros senderos. Cuánto le falta al Perú para acceder, por la vía de la educación y la cultura, a convertirse en un país maduro. Esa condición que buscamos en lo personal debe trasladarse a un terreno colectivo. A pesar de los nubarrones, no perdamos la fe de verlo convertido en una comunidad que se acepta feliz a sí misma, en su inmensa heterogeneidad y riqueza humanas. La lucha prosigue.
Miryam Patricia Falla Guirao
Licenciada en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Exbecaria de Investigación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la República Argentina en el área de Ética y Bioética. Docente Universitaria en pre y post-grado. Conferencista en universidades, colegios profesionales e instituciones jurídicas y de salud.
En el artículo se alude a la peruanidad varias veces y hasta se menciona a Arguedas en relación con ese concepto, pero se olvida quien acuñó ese término y en qué libro. Serìa bueno que lo recordara. El creador del término fue Víctor Andrés Belaunde en su libro Peruanidad publicado por 1ra vez en 1942 y luego 5 o 6 veces hasta principios del siglo XXI.