«El populismo te corta las piernas y luego te regala las muletas», afirma Gloria Álvarez, politóloga y escritora guatemalteca, al referirse a la limosna ideológica que los gobiernos populistas utilizan como mecanismo de dependencia y sujeción política. Lo que en realidad refiere este dicho es una vil trampa.
Resulta difícil establecer una definición exacta, pero algunos estudiosos reconocen cinco características en los gobiernos populistas: 1) la constante apelación al pueblo, 2) el autoritarismo, 3) la confianza exagerada en el líder carismático, 4) el nacionalismo y, 5) el anticapitalismo. Sin embargo, parece que pasan por alto otras muy notorias en nuestros días: los círculos de seguridad y el sesgo ideológico en la gestión de la cosa pública.
Los círculos de seguridad tienen como núcleo el mismo gobierno. En Venezuela son conocidos como colectivos, verdaderos brazos armados que defienden la “revolución” en las calles. Su precedente en Cuba, las Brigadas de Respuesta Rápida, constituyen fuerzas de choque que, en combinación con las fuerzas del orden y otras cortezas del poder, acallan las voces discrepantes y disidentes.
Entre las cortezas del poder podemos contar a militantes y simpatizantes que, con carné del partido, engrosan las empresas del Estado creadas por doquier. Sumemos los beneficiarios de bonos y otras formas de asistencia social, así como también los movimientos violentistas, otrora perseguidos y reprimidos, que ahora se sienten aforados por el silencio del Estado: dirigentes y colectivos vinculados a vandalismos.
Para que se incremente la planilla del Estado se hace necesario que también se incrementen las necesidades de servicios del país que, a su vez, tienen su origen en la falta de previsión de los gobernantes populistas; todo calculado, por supuesto. Esta lógica perversa podría explicar, por ejemplo, la falta de previsión en la adquisición de las pruebas moleculares y vacunas con ocasión de la pandemia. Lo que pudo controlarse en forma temprana con un contingente eficiente, terminó, por la fuerza de las circunstancias, cubierto por contrataciones desmedidas de personal de la sanidad.
Los grupos violentos son activados con el trato contemplativo que reciben de las autoridades. Recuérdese, nada más, el trato con guantes de seda cuando incendiaron un campamento minero en Ayacucho, con anuncio de cierre de 4 minas incluida. O el abandono del ingeniero a quien los ronderos agredieron brutalmente en la cabeza. O, el silencio frente a la tortura de las mujeres en Chillia, La Libertad. Y, no menos importante, la justificación de las autoridades por la presencia de ronderos afilando sus machetes en plena vía pública, aduciendo temas culturales.
Así empiezan a crecer estas cortezas del poder en los gobiernos populistas, mimadas desde muy temprano por las autoridades porque, en el corto plazo, serán asimiladas como fuerza de choque; como en Cuba o Venezuela, y muy pronto en Chile pues su nueva Constitución prevé la “especial preocupación” del Estado para que el delincuente haga efectivo su voto y, por si fuese poco, su condición no le impedirá llegar a senador o diputado, pues tal condición es considerada por los movimientos de izquierda como su “opción de vida”.
Por estas razones algunos gobernantes populistas fingen preocuparse por prevenir las amenazas de la naturaleza, o de cualquier otro riesgo, pues su especial objetivo es un país lleno de necesidades ya que de ese modo se lucen como salvadores. Los populistas no apuestan por la prevención del daño, si no, por la “reconstrucción”. Al crecer las necesidades, crece la demanda de servicios y, con eso, el incremento de los contratos estatales, ocasión para tomar parte y premiar a sus cortezas de poder. Irónicamente, quienes llegan al poder con la promesa de justicia social terminan incrementando la pobreza. La pobreza es su negocio.

A partir de aquí, “el pueblo” es todo lo que queda bajo sus dominios y todo ciudadano que forma parte del nuevo establishment se convierte en militante de un gobierno que funciona ahora como partido político. Esto explicaría, también, la alta popularidad de algunos gobernantes quienes a la vista de su “pueblo” aparecen muy preocupados por sus necesidades, las mismas que no tendrán cuándo acabar.
¿Existirá alguna forma de saber si las cortezas están ganando terreno? Sí, cuando las encuestas empiecen a moverse a favor del gobernante.
Juan Reyes La Rosa.
Administrador de empresas y Contador Público, con estudios de maestría en Administración en la UNMSM y Diplomado internacional en Control de Gestión en la Universidad de Piura en convenio con la Universidad de Chile. En el terreno del ajedrez es XIII Campeón Nacional de ajedrez postal, y Candidato a Maestro por la Federación Internacional de Ajedrez. Ha publicado diversos artículos relacionados a la teoría del juego. En el campo de la investigación ha orientado sus esfuerzos al estudio de Leonardo da Vinci y su famosa pintura La última cena. Su reciente publicación, Reforma del Ajedrez y el Número de Oro, demuestra el origen matemático del ajedrez.
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