Cáceres, es el máximo héroe nacional, aquel cuyo nombre es sinónimo de acción y valor en decisivos combates y batallas.
Bien dotado como conductor, fue audaz y original en sus pensamientos y muy firme en sus decisiones. No se detuvo ante ningún peligro, ante ningún obstáculo, en la consecución de las metas por la que hacia la guerra. Cáceres estuvo siempre donde estuvo el peligro. Piérola usurpo el poder en 1879, en plena guerra. Pero luego le falto el valor y carácter para continuar. Entonces Cáceres irrumpe en el escenario nacional para mantener izada la bandera del honor y la dignidad nacional antes jamás rendida ni por Grau en Angamos, ni por Bolognesi en Arica.
Teniendo como aliada a la orografía serrana, vence al ejército invasor modelo prusiano. Mediante la guerra prolongada, logra poner en condiciones operativas al ejército regular. El pueblo convocado por él a la causa de la defensa patria acude presuroso. Planea y ejecuta entonces la defensa estratégica, y dentro de ella, la ofensiva y las maniobras por líneas exteriores e interiores. Nace el genio, sobrevive el héroe y con esto se reafirma, su objetivo máximo, cual es la defensa nacional.
Veamos sus hazañas. En 1866, con el grado de teniente coronel, durante el Combate del 2 de mayo, comanda el Fuerte “Ayacucho”, el cual forma parte de la Defensa del Norte. La dotación orgánica de dicho fuerte es de 64 hombres, a los cuales se han sumado 30 voluntarios. Cuenta con 02 cañones Blackely de 350 libras cada uno. Durante el combare, uno de sus certeros disparos rompe la cadena de la fragata española “Villa de Madrid” y lo obliga a salir fuera del combate.
Para la afrenta con Chile, interviene en la Batalla de Tarapacá, comandando la 2da División, la cual en el momento crucial lleva el peso del ataque principal, toma la iniciativa y con hábil ataque a las alturas, consigue la victoria.
Lo vemos en la Batalla del Alto de la Alianza, siguiendo las órdenes de Camacho, formando el ala izquierda del dispositivo defensivo, al mando de los batallones “Zepita” y “Misti”. Y ante la superioridad enemiga y no coordinada estrategia defensiva aliada, se ve obligado junto con el resto del ejercito a retirarse a Puno, y ya enterado de la derrota en Arica, marchar a Lima.
En la campaña de Lima, nuevamente está presente. Ocupa el sector central de la línea de resistencia, si se podría llamar así a la hilera de parapetos, que muy pronto, es rebasado. Dice Dellepiane, que: La situación de Cáceres aislado en la defensa y cuya extrema izquierda había sido desalojada, se volvió entonces crítica e insostenible, encuadrada como estaba entre los asaltantes del “Zig – Zag” y del “Viva el Perú”, y fuertemente batido por la artillería.
Se repliega y va a Miraflores, donde Piérola lo designa como Jefe del Primer Cuerpo del Ejército de Línea. Esto es solo un cargo rimbombante. En la práctica, no hay tal cosa. Abiertos los fuegos, hace frente a la División Lagos. Sobresaliente resulta la actuación de los batallones “Jauja” y “Guarnición de Marina”. Gravemente herido es asistido, y cuando era intensamente buscado para su captura, trasladado y resguardado en los claustros de San Pedro.
Repuesto de sus heridas, decide marchar hacia la sierra central, donde iniciaría la Campaña de la Breña. Para ello, fija tres tareas: organizar la fuerza disponible, adecuándola a la guerra de montaña; iniciar la guerra en pequeño, para ganar tiempo hasta poner operativa su fuerza regular, y por último, emprender una estrategia de desgaste, dentro de una maniobra defensiva, para luego pasar a la contraofensiva.
Como resultados de esta estrategia, obtiene la retirada de las fuerza invasoras de la sierra central, mediante las victorias obtenidas en Marcavalle, Segundo Combate de Pucara y Concepción.
De sus breñeros, diría él:
Al soldado, a ese factor de bien nacional, a ese ser, hijo de mis constantes anhelos, a ese ciudadano que sin ambiciones me siguió por las estrechas quebradas o por las encumbradas cimas, porque siempre le hable en nombre de la patria, con fe ardiente e inquebrantable, solo quiero decirle, que sus sufrimientos son míos y mías son sus esperanzas, que deben amar a sus jefes y confiar en ellos; y que el Perú en sus esfuerzos y moralidad vincule sus futuros destinos y sus aspiraciones inmortales.
Pero, hay factores externos e internos que impiden expulsar a los chilenos del país. Internamente, la división existente, en la que un bando pugnaba por seguir la guerra, y otro, que se ufanaba en mantenerse bajo la tutela chilena. Externamente, están la determinación de parte de los chilenos y sus acreedores ingleses que impusieron el gobierno títere de Iglesias, y potenciaron el Manifiesto de Montan, un claro error que nos llevó a “implorar una paz de rodillas”.
Para derrotar a Iglesias, para luego ir a Lima, a expulsar a los invasores, marcha Cáceres, con su legendario ejercito del centro, con sus soldados de línea y sus cuerpos de auxiliares compuestos por guerrilleros y montoneros, al norte del país. Se la juega al todo o nada. En su larga y fatigosa marcha, cruza montañas, transita arenales, sortea pasos impresionantes como el de Llanganuco, y el 10 de julio de 1883, ocupa posiciones de combate en cerro Sazón, para dar inicio a la batalla de Huamachuco, que resulto una batalla decisiva.
De su notable actuación, como soldado, diría Manuel Gonzales Prada, que:
Hace frente a los enemigos de fuera y a los traidores de casa. Palmo a palmo defiende su territorio, día a día expone su pecho a las balas chilenas y peruanas. No se fatiga ni se arrienda, no se abate ni se desalienta. Perece un hombre antiguo, vaciado en el molde de Aníbal.
Luego de la guerra, Cáceres, es ungido por las mayorías como su Presidente de la Republica. En sus dos periodos de gobierno, lidera el proceso de la reconstrucción nacional, que después, Piérola y la clase terrateniente de entonces usurpa, como un claro ejemplo de que en el Perú, la idea de Nación, se aclara y se nubla, muy rápidamente.
En este nuevo aniversario de la triunfal victoria en la Batalla de Tarapacá, instituido como Día del Arma de Infantería, cuyo Patrono, es el Mariscal Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, es bueno traer a la memoria lo que dijera de él, el gran historiador Jorge Basadre:
Él solo hizo la tarea de muchos hombres. Fue como la proa de una nave que caminara aunque fuese mutilada. Los harapos de sus soldados brillaban como una bandera al sol. Parecía este puñado de hombres llevar a la Patria en brazos. Y hubo momentos en que pudo decirse que en el Perú no relucía oro de más quilates que la espada de Cáceres.
Victor Velasquez Perez Salmon. Coronel del Ejército del Perú en Situación de Retiro. Se ha desempeñado como Catedrático de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra, Director de la Comisión Permanente de Historia, y miembro del Proyecto Ejercito 2001. Es autor de varias publicaciones de historia, ensayos, poesía y cuento.
Excelente información Crl
Magnífica columna para lectura, reflexión y acción de todos los peruanos de bien, para afrontar la actual coyuntura política y social; a fin de no agudizar las contradicciones que tienden a la anarquía y, por el contrario, rescatar las coincidencias y valores que fortalezcan nuestra democracia, tendiendo lazos y armonizando esfuerzos para salir de la crisis. ¡ Felicitaciones querido amigo y camarada de armas !