En los tramos finales de la Gran Guerra, cuando había que sacrificarlo todo para vencer al enemigo, el gran Winston Churchill arengó así a sus compatriotas: “Alemania debe ser derrotada. Alemania ha de saberse vencida, ha de sentirlo en su propia carne. Su derrota ha de ser expresada en unos términos, y mediante unos hechos, susceptibles de disuadir eternamente a cuantas naciones tuvieran la veleidad de imitar sus crímenes, y ha de afirmarse de un modo que le imposibilite repetir su intento.”
Bueno pues, parafraseando al gran soldado y político británico, y ciertamente, guardando las distancias del caso, Pedro Castillo debía ser derrotado. Pero, además, Castillo había de saberse vencido, había de sentirlo en su propia carne. Su derrota había de ser expresada en unos términos, y mediante unos hechos, susceptibles de disuadir eternamente a cuantos tuvieran la veleidad de imitar su aventura política, y había de afirmarse de un modo tal que sea imposible que se repita otro intento similar al suyo.
Se trataba pues, de derrotar a un presidente corrupto, cínico, incapaz y encima, golpista. Un presidente que, sin tapujo alguno, fue capaz de rodearse de lo peor de lo peor en materia ministerial, para robar indebida y descaradamente, él y su pandilla. Un presidente que pretendió, como sus pares de Venezuela, Cuba y Nicaragua, aniquilar la democracia y la libertad de los peruanos. Por eso, era de vida o muerte derrotarlo constitucionalmente.
Ahora bien, como arengó Churchill a sus compatriotas, además de derrotarlo constitucionalmente, los peruanos debíamos lograr que Castillo se sepa vencido. A ese respecto, la vacancia por sedición, sumada a las acusaciones fiscales, las denuncias constitucionales, los desplantes de militares, los frecuentes destapes periodísticos, los actos de repudio popular espontáneos, y por supuesto, las marchas masivas contra Castillo… todo apuntó a que Castillo se sepa vencido. Y que lo sienta en carne propia. En ese sentido, aunque algunos digan lo contrario, claramente hemos dado un gran paso con su vacancia.
Por otro lado, su derrota había de ser expresada a través de sanciones previstas en la constitución para casos de sedición e incapacidad moral como la de Castillo. Me refiero a sanciones como la vacancia presidencial… y la cárcel. Efectivamente, debía irse de Palacio… a la prisión. Y así ha sido. Y que el escarmiento carcelario sea el que corresponda a un presidente golpista, muy corrupto, cínico y traidor; y que, además, haya empobrecido malamente a millones de peruanos.
Ese es el hecho concreto – el de la prisión – susceptible de disuadir eternamente a cuantos tuvieran la veleidad de imitar su tramposa aventura política. Así, sólo faltaría la reforma política e institucional que haga imposible que se repita otro intento político similar.
A ese respecto, me referiré a las reformas que muchos vienen proponiendo, y que David Tuesta sintetizó de manera muy didáctica en la reciente CADE 2022: bicameralidad, reelección congresal, idoneidad para acceder a cargos de elección popular, ampliación de acusación presidencial por delitos graves, celeridad y transparencia en procesos judiciales, renovación congresal por mitades, entre otras.
Incluso, yo agregaría las reformas del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) y de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), que claramente son parte del problema: alfombra roja para partidos y candidatos mafiosos; y exclusiones y tachas por nimiedades, a partidos y candidatos correctos. Si no ¿cómo explicar la participación de partidos como Perú Libre y Podemos, cuyos líderes están siendo procesados por corrupción? ¿Cómo pasaron la valla Pedro Castillo y sus secuaces, si en sus hojas de vida omitieron información que los hubiera sacado de carrera, ipso facto? ¿Por qué fueron excluidos el APRA, PPC, y otros partidos políticos? Y lo mismo sucedió en el interior del país, donde muchos mafiosos pudieron acceder a los Gobiernos Regionales y Locales. ¿Por qué unos sí y otros no? No nos vengan con cuentos. ¡Claro que hay direccionamiento político desde el JNE y la ONPE!
Pues bien, curiosamente, frente al corrupto presidente Castillo, los peruanos enfrentamos un proceso parecido al de los soldados británicos en la Gran Guerra. En nuestra guerra política, congresistas honestos, jueces y fiscales extraordinarios, periodistas valientes, militares y policías patriotas, y millones de peruanos buena gente, de todas las edades y regiones luchamos, sacrificada y valientemente, hacia el gran objetivo de derrotar al presidente Castillo… y que se sepa vencido.
A ese respecto, no nos dejemos engañar. Castillo lo niega, y lo podrá negar mil veces. Pero, no. En el fondo, Castillo se sabe vencido. En las noches, a solas, en la cárcel, Castillo se dice a sí mismo: ya fui. Estoy seguro de ello.
Por eso, sigamos luchando. Estamos logrando cosas extraordinarias, empezando con la vacancia y prisión de Castillo. Estamos cada vez más cerca de la victoria de la libertad y la democracia del Perú. Mientras tanto, sigamos otra célebre arenga del gran Winston Churchill: “nunca rendirse, nunca, nunca, nunca… en nada grande o pequeño, enorme o minúsculo, nunca rendirse; salvo a las convicciones de honor y el buen sentido.”
Fernando Cillóniz.
Culminó sus estudios de Ingeniería Económica en la Universidad Nacional de Ingeniería (Perú). Estudió un MBA en Escuela de negocios Wharton de la Universidad de Pennsylvania. Ha sido director del Banco Internacional y miembro del Consejo Consultivo del Diario El Comercio. Fue ex regidor de Ica.
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