Columnas Ismael Iglesias

¡Arriba, siempre arriba! Una filosofía de vida

La búsqueda de respuestas a una serie de preguntas que se hace el ser humano, ha generado a lo largo de la historia el conocimiento y el pensamiento crítico, el razonamiento y el método científico, sólo de esa manera podemos diferenciarnos del resto del reino animal, al que sin duda pertenecemos. Y así fue que descubrimos que Zeus no dominaba el cielo ni Poseidón el mar, que la Tierra forma parte de un sistema perfecto en un inmenso universo, aún por descubrir en su totalidad. Así sabemos por qué se dan las estaciones climáticas en función de nuestra distancia al sol, y que, si éste no existiese, simplemente no existiría vida. Primero fueron los presocráticos aquellos filósofos que intentaron resolver tantas preguntas allá por los 600 años antes de Cristo, luego Sócrates con Platón y Aristóteles marcaron la cancha para siempre con todo su legado, el primero, que no dejó nada escrito, pero dejó lo principal, nos enseñó a pensar, a debatir, a argumentar y principalmente a descubrir el conocimiento. Luego su discípulo Platón, con su obra escrita, cuenta lo que su maestro le enseñó y añade mucho de su propia cosecha para forjar una república, por ejemplo, y a través de sus Diálogos, la discusión de los grandes temas que hasta hoy podríamos amanecernos discutiendo con una copa de vino sobre el amor, la guerra, la política, la democracia o el deber y el derecho. Aristóteles fue más allá de las ideas de Platón y “aterrizó” las ideas en lo terrenal y objetivo, hizo tratados iniciales de casi todas las ciencias existentes e inexistentes en la época, por ejemplo, sobre el aire y el vuelo, la física, la astronomía, la botánica, etc. A mi entender, Aristóteles es uno de esos poquísimos grandes genios que cada 500 años más o menos produce la humanidad, como Leonardo Da Vinci y Thomas Alva Edinson. Luego las diferentes escuelas filosóficas como los estoicos, los cínicos, los escépticos, etc. nos legaron grandes filósofos que nos enseñan a pensar críticamente para decidir y actuar mejor.

Pues de la misma manera que los filósofos se preguntaban sobre el hombre, el universo, la vida y la muerte, y así descubrieron el conocimiento y el pensamiento crítico que hoy usamos en cada día de nuestra existencia, los aviadores, aquellos grandes pioneros y mártires de la aeronáutica, se preguntaban ¿Cómo puedo elevarme en el aire y volar hacia ese destino lejano? ¿Acaso conozco el camino? ¿Acaso sé la ruta y su meteorología? Hoy usted sube al avión después de comprar su pasaje y viaja cómodo y rápido hacia donde quiera, pero se ha preguntado ¿quién es el piloto que “abrió la ruta”? Quién fue el osado y valiente aviador que en una débil máquina de la época se elevó tan alto como para cruzar los Andes, por ejemplo, soportar sus ráfagas de viento, la noche, el frío, el hambre y demás necesidades, y sobre todo la incertidumbre de saber si su navegación lo llevará a donde él cree que llegará, o acaso terminará perdido allá arriba y sin combustible convertido en cadáver olvidado y perdido entre las cumbres.

Muchos de esos valientes son peruanos, hay muchísimos, quedarían cortos cien de estas columnas para hablar de Jorge Chávez, Jean Bielovucic, Carlos Martínez de Pinillos, Alejandro Velasco Astete, etc., pero hay uno que asombró al mundo y abrió más rutas que cualquier otro valiente piloto, don Armando Revoredo Iglesias, nació en su hacienda Chanta, contumacino, (Cajamarca, Perú), hijo de un senador y nieto del presidente Miguel Iglesias, abrió muchas rutas nacionales e internacionales, fue un osado piloto pionero de la aviación, general de la Fuerza Aérea del Perú, Ministro de Aeronáutica, Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Presidente del Consejo de Ministros, Presidente del Club Nacional y Presidente del directorio de la compañía de aviación Faucett, médico, cargos que en su totalidad los ejerció con honradez y mucha eficiencia, con resultados concretos, gran político y una persona muy buena. Su gran legado al Perú merece muchas columnas especiales aparte.

El Perú tiene una riquísima historia aeronáutica de valientes aviadores, civiles y militares, y la Fuerza Aérea del Perú es un templo y cuna de esos osados aviadores que abrieron muchas rutas, dragones del aire, que como águilas y halcones vivieron venciendo o murieron matando para que hoy en el cielo tengamos una patria soberana, para llegar donde muchos no llegan, con poderío y decisión.

Los filósofos tienen una lámpara encendida en sus mentes, una lucha silenciosa por la verdad y el conocimiento. Los aviadores tienen el valor de cabalgar por el aire, de volar desafiando la gravedad, porque el mejor camino, es el cielo. Así que no dude ni pierda tiempo en su vida, encienda su lámpara, por más despiadado y cruel que le parezca su destino, rételo, aborde su dardo, más alto esta vez, y como un trueno que estalla violento, despliegue triunfante sus alas vencedoras, como Revoredo Iglesias, como lo hizo Jorge Chávez inspirando a Quiñones, para que como él, llegado el momento, ir hasta el sacrificio, y aunque esté herido o moribundo, diga a sus seres queridos, tal como Jorge Chávez le dijera en el oído a Bielovucic justo antes de morir, esa gran frase que le permitirá morir con alas de gloria y que quedará en su familia como el mejor ejemplo, como la mejor enseñanza de vida y filosofía para sus hijos: ¡ARRIBA, SIEMPRE ARRIBA!

Ismael Iglesias
Oficial FAP en retiro. Licenciado en Ciencias de la Administración Aeroespacial. Graduado en Inteligencia. Bachiller en Ciencia Política. Inteligencia en EE.UU. Imágenes Satelitales en Francia. Estudios de Maestría en Ciencia Política. Fue Gerente Municipal y Gerente General del Servicio de Administración de Inmuebles en Trujillo. Escribe en Correo. Ha escrito en La Industria, Revista Aviación, Revista Air Power de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y otros. Miembro del Instituto de Estudios Vallejianos – Universidad Nacional de Trujillo.

1 comment on “¡Arriba, siempre arriba! Una filosofía de vida

  1. Martín Belaunde Mireyra

    Es un buen artículo pero se olvida de Dios y de Jesucristo, ello no obstante respeto su pensamiento que calificaría de agnóstico.

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