Un país –cualquiera- se conoce bien cuando se conduce en él o se recorre despacio. También, cuando se tiene la oportunidad de hacerlo en compañía de sus nacionales. O escapándose de los cauces turísticos formales, queriendo indagarlo con curiosidad de sabueso, percibiendo olores y sabores. Para todo lo demás bastan los canales temáticos y un buen televisor de última generación.
Los sellos de entrada más habituales en mi pasaporte son los del Perú. Hacia la tierra de los Incas he viajado con alguna frecuencia y de esas visitas me he traído a casa más y mejores experiencias. Las once o doce horas de vuelo que separan Madrid de Lima se convierten en un suspiro solo de pensar en poder transitar por ese apasionante hervidero humano de las ciudades peruanas; degustar su cebiche, sus papas a la Huancaína, su causa limeña, su chupe de camarones arequipeño, su cuy trujillano, su lomo saltado, su chita a la sal…; saborear un pisco sour, un cóctel de algarrobina o una Inca Kola helada; o simplemente escuchar en una terraza de Barranco, al atardecer, los acordes de un charango interpretando a Chabuca mientras das cuenta de unos tragos de chicha morada bien fría.
En el Perú he descubierto, además, otras muchas cosas. Para empezar, una enorme inquietud intelectual que poco tiene que ver con ese idiota desdén postmoderno de la vieja Europa, enferma de un bienestar asegurado por la ley, pero no siempre por la realidad. He tenido la fortuna de intervenir allá en diversos foros académicos, en distintos lugares, y en ellos solo he visto gradas repletas de ojos abiertos de par en par, sin pestañear. Esponjas en forma humana, búhos rebañando cada cosa que trataba de enseñar. Una sociedad así resulta sencillamente imparable, y el Perú lo será más temprano que tarde porque en la formación está el futuro de cualquier nación.
Algunos de mis amigos más entrañables son peruanos. No hay diferencia horaria en esa relación, ni distancia capaz de enfriarla. Cada novedad familiar o personal la comparto habitualmente con ellos, como hacen desde aquella orilla conmigo. No hay acentos, formas de ser o de pensar que dificulten ese contacto, porque entre españoles y peruanos no hay más que una fraternidad con raíces históricas, culturales, sociales, económicas, religiosas y de sangre bien profundas, algo que hace pocos años pobló las calles de la península ibérica de liberteños y hoy lo hace con madrileños recorriendo Lima.
Escribo esto al hilo de los acontecimientos que los medios de comunicación internacionales refieren al Perú, y en modesto homenaje a esa patria gloriosa y generosa, para mi tan querida. Pronto serán asunto del pasado, como ha sucedido una y otra vez. El peruano suele ser estoico y sabe salir airoso de épocas duras, y esta vez no será una excepción. Su sabia determinación, su confianza en el futuro, su inteligente y duradera estabilidad nacional y sobre todo la enorme calidad de sus gentes, hará que el querido Perú se vuelva a levantar y retome rápido a la senda de esplendor que nunca podrá perder porque siempre ha brillado.
*Artículo publicado en http://www.elconfidencialdigital.com
Javier Junceda. Jurista y escritor español. Académico de las Reales Academias Española y Asturiana de Jurisprudencia, de la Norteamericana de la Lengua Española y de la Peruana de Derecho. Columnista, compagina la docencia universitaria con el ejercicio de la abogacía en su propia firma. Cree en la España de ambos hemisferios. Y que procede conservar lo que merece la pena ser conservado.
0 comments on “Perú”