La cultura popular es la hermana pobre del pensamiento, del arte, de la ciencia. Nadie que se precie como intelectual puede hallar allí algo más que rudimentos conceptuales, prácticas alienantes y una profunda atracción por las supersticiones. La derecha y la izquierda encuentran en ella algo semejante, aunque una busque sostener la situación para acendrar su dominio y la otra, lo contrario. Al menos, en término teóricos. La realidad, como siempre, muestra matices que (en algunos casos) achican las diferencias. Los totalitarismos son un ejemplo conocido.
La cultura popular, sin embargo, indiferente a los rezongos y preocupaciones que genera, prosigue su acción sin que nadie pueda sujetarla ni tampoco adivinar hacia donde dirigirá su interés. Los estudios en comunicación, las investigaciones en antropología y los ensayos filosóficos rara que vez pueden formular predicciones que se cumplen, en la mayoría de los casos, cifran su éxito en explicar qué sucedió, pero acaban con su magia cuando se les consulta por las tendencias a futuro. No es que sean deficientes, es que (y es bueno recordarlo) ni siquiera sus protagonistas pueden saber a dónde irán y hasta cuándo. ¿O acaso alguien estipulaba que la famosa canción “Muchachos” derivaría en una expresión genuina de valoración y respeto por los veteranos de Malvinas?
La cantidad de videos que circulan en la red incluyendo imágenes de los soldados y de su heroísmo no es comparable con ningún dos de abril ni con cualquier otra iniciativa del Estado para homenajearlos. En cada una de las celebraciones por los magníficos triunfos obtenidos en el mundial, era fácil distinguir la emoción que generaba la alusión a los excombatientes. Para las nuevas generaciones fue un modo muy prolífico de ingreso a la temática, ya que se generó sin forzar interés y desde la algarabía, sin que eso significara pauperizar el recuerdo. Por el contrario, resultó una estrategia muy eficaz para darle mayor vigor e instalarlo dentro de la cultura popular, es decir, como un asunto que nos atañe a todos, que nos define, que forma parte de nuestra identidad y que, por lo tanto, debemos legar con irrefrenable orgullo y compromiso, para experimentar una de las dimensiones más dolientes y heroicas de nuestra argentinidad. ¿Se habría podido lograr algo así sin la cultura popular? Sin el libre concurso de la creatividad, los sentimientos y la historia en una mezcla tan prodigiosa, inesperada y definitivamente nuestra en su concepción y en su forma de multiplicarse: nació como un canto de la hinchada y acabó en millones de reproducciones, en actos escolares y en la memoria de cada habitante del país, aún sin que le interese el fútbol.
La cultura popular, por lo tanto, merece reconocimiento, aunque también tenga defectos y sea un espacio en el que muchas de nuestras problemáticas encuentren un espacio para expresarse. Pero la ciencia y el arte tampoco están exentas de influencias negativas, a pesar de la reputación que gozan. Ninguna es neutral, pero la cultura popular no tiene problemas en admitirlo.
Luis Sujatovich.
Profesor, Doctor en Comunicación Social. Se desempeña como docente investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina). Fue becario posdoctoral en CONICET y realizó una estancia de investigación posdoctoral en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Castilla – La Mancha (España). Es autor del libro Prensa y Liberalismo publicado en 2019.
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