Columnas Javier Junceda

Manifestocracia

El recurso a la movilización social para desgastar a gobiernos es cosa antigua. La novedad es que ahora estrena ámbitos alejados de la lucha sindical, abriéndose a asuntos más sistémicos. En Europa se ha venido ensayando contra el racismo y la inmigración, por el tema de las pensiones o la situación de la mujer. En todos estos casos, no necesariamente responde a concretas iniciativas gubernamentales o legislativas, sino precisamente a eventuales inacciones en dichas materias, limitándose a exteriorizar un malestar que se pretende convertir en unánime, sin espacios para la disidencia. No es tampoco infrecuente que los agitadores descansen cuando han alcanzado el poder o ya participan de su botín, a diferencia de los momentos en que no lo tienen en sus manos.

“Nos conviene que haya tensión”, susurró a micrófono cerrado un líder político español a su entrevistador meses antes de unas elecciones. Hemos asistido en España a fenómenos de agitación ciudadana que han provocado notables convulsiones en la vida pública, originando incluso auténticos vuelcos electorales, motivo suficiente para prestarles la debida atención y tratar de profundizar en su calado.

Dando por sentado con ingenuidad que estas protestas sean espontáneas y no guarden relación con ideologías, partidos o sindicatos, ni tan siquiera en los elevados recursos económicos que se precisan para su logística, asombra sin embargo la ausencia de propuestas alternativas a lo que se rechaza en las calles. No es de extrañar que por eso los protagonistas del supuesto malestar se hayan apresurado a lucir símbolos como los lazos con los que suele visualizarse el apoyo a lo que sea.

¿Conocen a alguien que no desee que ancianos o personas vulnerables estén debidamente cubiertos en sus necesidades y cuenten con las mejores pensiones? Lo mismo sucede con la situación de la mujer o la brecha salarial por realizar un mismo trabajo que el hombre. De lo que se trata aquí, sin embargo, es de plantear fórmulas realistas y sostenibles para lograr ambas metas, algo de lo que no se habla demasiado en las manifestaciones callejeras cuando es precisamente de lo que toca hablar.

Si las naciones más envejecidas del planeta quieren subir la jubilación a sus ciudadanos, antes deberá darse con la receta mágica para conseguir esos cuantiosos recursos, digo yo. Y para ello no queda más remedio que potenciar la actividad económica, profesional y empresarial, salvo que confiemos en un maná celestial que no es previsible que comience a caer. En la otra cuestión, tampoco parecen idearse proyectos aparte del socorrido recurso a la equidad, sin advertir que hombre y mujer pueden y deben ser iguales ante el derecho, pero no lo son ante la biología. El discurso igualitarista, en este como en tantísimos otros terrenos, no encuentra enfrente a ningún otro pensamiento distinto, como consecuencia de la eficacia de su agitprop social y cultural.  

Aunque toda democracia deba tomar nota de estas reacciones ciudadanas, no parece lo mejor que se deje guiar por ellas. Donde funcionan bien las instituciones, es en ellas donde se suscitan y resuelven estos debates, al contarse con los datos precisos y los remedios disponibles. En las naciones con Estados débiles, es la calle la que manda, originando endémicos caos políticos de prolongados y aciagos efectos, debido precisamente a la ausencia de respuestas sensatas y al predominio de la demagogia barata.

En el Mayo francés, hace más de medio siglo, De Gaulle soportó estoicamente una ola de huelgas y masivas protestas que apuntaban también a los cimientos del sistema, donde se anunciaba arena bajo los adoquines. Arrasó en las elecciones y quienes las impulsaron, fracasaron con estrépito. Ojalá vuelva a triunfar siempre y en todos lados esa mayoría silenciosa que prefiere la mesa camilla al paseo con banderas y sobre todo las soluciones en lugar de las protestas sin propuestas.

*Artículo publicado en http://www.lne.es

Javier JuncedaJurista y escritor español. Académico de las Reales Academias Española y Asturiana de Jurisprudencia, de la Norteamericana de la Lengua Española y de la Peruana de Derecho. Columnista, compagina la docencia universitaria con el ejercicio de la abogacía en su propia firma. Cree en la España de ambos hemisferios. Y que procede conservar lo que merece la pena ser conservado.

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