Columnas José Valdizán

Crimen, castigo y género

A causa de las denuncias públicas contra siete parlamentarias y un parlamentario del Congreso acusados de recortar los sueldos a los empleados asignados a sus despachos (denominados periodísticamente como “mochasueldos”), han surgido interrogantes acerca de si hombres y mujeres cometen los mismos tipos de delitos; si delinquen por las mismas razones y, si se ha producido un cambio en la cantidad y el tipo de delitos en las que han incurrido las mujeres durante las últimas décadas.

Estudiar la criminalidad y proponer una explicación científica sobre la relación existente entre género y delito son dos tareas muy complejas, como lo evidencia la escasa literatura académica disponible.

Las primeras investigaciones sobre la actividad criminal femenina fueron publicadas a fines del siglo XIX. En 1893, los italianos Cesáreo Lombroso, médico y psiquiatra, y el historiador Guglielmo Ferrero en su obra La mujer delincuente concluían que las causas estaban relacionadas con factores biológicos y fisiológicos propios de la “naturaleza de la mujer”. Afirmaban que las mujeres no están biológicamente predispuestas a romper la ley y, en general, eran menos criminales que los varones, y sus delitos o crímenes estaban asociados por lo general a hurtos domésticos, homicidios por envenenamiento, encubrimiento o delitos que involucraban a niños.

Esta teoría basada en la determinación biológica cambió con el tratado del sociólogo Otto Pollak, The criminality of women (1950), que planteó que las mujeres cometen tantos delitos como los hombres, pero que su culpa se oculta más fácilmente.  Una de las causas más frecuentes que provocaba la comisión de delitos era la frustración derivada de las privaciones de las mujeres empleadas como domésticas. Por ello, se aseguraba que la actitud paternalista del sistema de administración de justicia en el trato hacia las mujeres se debía a que estas eran vistas como personas desprotegidas y desfavorecidas que deberían ser juzgadas con menos rigor que los hombres.

Hacia la década de 1960, los movimientos sociales y la lucha de las mujeres por el reconocimiento de su identidad, sus derechos y un lugar en la sociedad, se extendieron por todo el mundo, y el problema se hizo más complejo en virtud de su incursión en la vida pública.

Las obras de dos mujeres investigadoras publicadas en 1975 revolucionaron los estudios sobre la criminología femenina. Rita J. Simon en su libro The Contemporary Women and crime analizó los informes criminales a lo largo de diez años y concluyó que las mujeres cometían una mayor proporción de delitos contra el patrimonio como respuesta a su “liberación” de los tradicionales roles y restricciones de género.

Por su lado, Fedra Adler en Sisters in Crime: The Rise of the New Female Criminal, predecía el aumento de las tasas de criminalidad femenina como resultado de la emancipación de las mujeres y su creciente participación en el mercado laboral: “De la misma forma que las mujeres exigen igualdad de oportunidades en el cambio de la empresa legítima, un número similar de mujeres decididas están abriéndose camino en el mundo de los delitos graves” afirmó.

A partir de entonces, los estudios se centraron en la dominación masculina en la sociedad patriarcal y su impacto sobre los delitos cometidos por y sobre las mujeres. Según este enfoque, las diferencias de poder llevan a las mujeres a cometer crímenes de pequeña escala debido a que son discriminadas por la marginación económica, permitiendo así la reproducción de la estratificación social de la sociedad. Esta perspectiva ha puesto hasta hoy mayor atención a las víctimas y supervivientes de la violencia sexual y física, no sólo en el plano criminológico, sino también en los ámbitos político y social, sensibilizando y definiendo políticas públicas de atención a las víctimas.

Un nuevo enfoque de la criminología femenina surge en 1990. Ese año, Maureen Cain publica su trabajo Towards transgression: New directions in feminist criminology centrado exclusivamente en mujeres y los crímenes cometidos por razones políticas. Es decir, estudia a las mujeres y compara sus diferentes tipos, en lugar de compararlas con hombres. Según Cain, una de las variables de la criminología femenina supone una visión política. Las mujeres luchan por el cambio social y han hecho realidad la posibilidad política para lograrlo y reconstruir su nuevo papel en la sociedad.

Sabemos que la participación de las mujeres influye en la política. Ellas aportan puntos de vista, aptitudes y perspectivas diferentes, dan visibilidad a sus derechos, denuncian la situación actual en las que son víctimas, y ayudan así a consolidar la democracia. Sin embargo, en el caso del Perú, la conducta de algunas congresistas, tres exprimeras damas, una excaldesa y una excandidata a la presidencia, denunciadas e investigadas por corrupción, demuestra que cometen similares delitos que los hombres. Es decir, han utilizado las oportunidades políticas para el supuesto aprovechamiento personal, gracias al voto popular que las llevó a ejercer o intentar ejercer el poder.

Finalmente, más allá de los mencionados enfoques sobre la criminalidad ninguno sirve para explicar por completo la complejidad del hecho delictivo. De lo que no hay duda, es que la evolución de las teorías nos da a conocer el progresivo papel que las mujeres vienen desempeñando en la sociedad.

José Valdizán Ayala.
Historiador, investigador y docente universitario. Autor de obras de su especialidad, en particular en historia económica republicana. Fue Subjefe del Archivo General de la Nación, director del Fondo Editorial, la Biblioteca Central y Estudios Generales de la Universidad de Lima. Se ha dedicado a la docencia, la investigación y la edición de publicaciones académicas de importantes universidades del país por más de cuatro décadas. Actualmente se desempeña como profesor principal de la Escuela Profesional de Historia de la UNMSM y director del Fondo Editorial de la Universidad San Ignacio de Loyola.

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