Columnas Manuel Escorza

Andrés Manuel López Obrador

Pienso en AMLO y recuerdo mis días en México. Recuerdo esa hermosa calle Francisco Sosa, probablemente una de las más bellas de América, con su pista de adoquines de piedra y sus ventanas y puertas llamativas. Pienso también en esa artesanía pintoresca y variada que distingue a México, y obviamente también en sus enchiladas suizas o en esos chiles enogados que ofrece la ciudad de Puebla en los meses de agosto y septiembre.

México tiene un pueblo generoso, generosidad que ha abrazado a miles de peruanos a los que ha dado trabajo, estabilidad y seguro social. México, además, le ha dado escolaridad gratuita a miles de niños hijos de parejas peruanas, que se asentaron ahí huyendo del terrorismo y la crisis económica. También acogió con becas a muchos jóvenes universitarios de nuestro país que obtuvieron ahí sus maestrías y/o doctorados. Guadalajara, por ejemplo, siempre está llena de estudiantes peruanos de medicina. Por lo mismo, mi mirada de México es de reconocimiento y gratitud hacia un país que siempre nos ha extendido la mano.

Hoy en día tiene a un presidente al que le gusta hablar y comunicarse con la población. Aparece todas las mañanas en conferencias de prensa, conferencias en las que con el paso del tiempo ha comentado de todo. Y eso, luego de más de 70 años de gobiernos cerrados y de democracia autoritaria, tiene un valor singular en la historia de la democracia mexicana.

AMLO ha hecho referencia al Perú más de 120 veces, pero no ha sido el tema al que le ha dedicado más tiempo. Las palmas de su atención se las lleva posiblemente el intelectual Enrique Krause, al que el presidente mexicano persigue mediáticamente hasta en sus sueños. Literalmente, lo tiene seco.

La pregunta a hacerse es si eso está bien o no. Y a mí, la verdad, que un presidente hable todas las mañanas a la población no me parece mal. Distinto fue el caso de Vizcarra, que daba conferencias de prensa todos los días casi a lo Ricardo Belmont. Vizcarra lo hizo para sacar réditos políticos de la pandemia, manipulando a la opinión pública y manteniéndola encerrada y engañada, ofreciendo plata por todos lados. Pero ese no es el caso de AMLO, personaje que además ha sido gobernador de la ciudad de México, que convirtió la casa presidencial de Los Pinos en un Complejo Cultural y que ha vivido prácticamente toda su carrera política en un pequeño departamento de interés social en una zona tipo Las Torres de Limatambo.

El problema con él se origina cuando empieza a comentar lo acaecido en Perú a raíz de la vacancia de Castillo y porque califica a Boluarte de presidenta ilegítima. Pero él no es el único que piensa así. Para no ir muy lejos, Veronika Mendoza acaba de opinar en esa línea.

¿Y es cierto que Dina Boluarte es una usurpadora? Por supuesto que no. Su mandato  es legítimo y está plenamente respaldado por la constitución. Para eso era la vice presidente elegida, para ser una pieza de repuesto en caso de necesidad.

AMLO al parecer no lo entiende así. No termina de procesar el fracaso rotundo del Castillo y el daño que esto ha producido a las corrientes de izquierda en la región.

Desde esta perspectiva, sus declaraciones se enmarcan en una correlación mucho más amplia.  Y ese marco es ideológico y de lucha de poder, en un mapa político en la que se han instalado gobiernos de izquierda. AMLO pretende emular el liderazgo que Lula ya no puede ejercer por las múltiples acusaciones de corrupción que el mandatario brasilero ha tenido en su contra y por los escándalos subyacentes. Por lo mismo ahora es AMLO el que interviene en política internacional.

Y en ese contexto se niega entregar la presidencia de la Alianza del Pacífico a Dina Boluarte.  La mandataria la reclama, tal vez sin darse cuenta que nada podría hacer desde ese cargo temporal porque esa Alianza fue creada por cuatro Estados liberales, tres de los cuales ahora son de izquierda. ¿Le serviría de algo presidir esa Alianza? Más bien le resultaría obstaculizante y el diálogo sería perturbador. Lo mejor sería que lo deje ahí.

La presidente respondió en una oportunidad al mandatario mexicano incluso con un mensaje a la nación.  El Congreso (institución en la actualidad no grata para la mayoría de peruanos), ese mismo Congreso que pretende retirar los octógonos de los productos alimenticios para niños, luego tomó el guante y declaró a AMLO persona no grata. De esa manera, Ejecutivo y Legislativo jugaron en pared escalando de manera innecesaria el conflicto en vez de ponerle paños fríos.

Si algo no ha tenido el Congreso de la República en este tema es Diplomacia Parlamentaria. Pudo enviar una comisión a explicar en el Congreso mexicano lo que realmente ocurre en Perú, invitar a congresistas mexicanos a nuestro país, pudo organizar un coloquio peruano mexicano sobre los alcances de nuestras democracias, pero escogió enfrentarse sin agotar otras instancias. El resultado es la actual tensión existente entre estos dos países cuya historia, sensibilidad y amistad, siempre los ha hermanado.

En política uno puede discrepar y e incluso pelearse mediáticamente, pero lo que no puede hacerse es ofender personalmente a la otra persona, descalificandola en sus atributos personales.  Calificar al mandatario mexicano de “ignorante” constituye un tremendo error para las relaciones peruano-mexicanas y demuestra un mal manejo de la presidente peruana.

Si este conflicto sigue escalando podría terminar en una ruptura real de relaciones comerciales y diplomáticas, lo que significaría además el retorno al visado para viajar a México, afectando además a miles de peruanos que viven ahí.

Hace unos días se dio en Lima un encuentro de cooperación entre las Fuerzas Aéreas de distintos países. México había confirmado su participación, pero por todo lo ocurrido simplemente no se presentó. Esto no hubiese ocurrido si el Congreso hubiese afinado una Diplomacia Parlamentaria que no ha sido capaz de mostrar.

Mexicanos y peruanos merecen dos mandatarios que no se estén peleando entre ellos. ¿Qué tenemos que ver con sus egos personales o políticos? Más allá de eso, el Perú debería intentar consolidar aún más su hermandad con México. Recuerdo que una vez un alto funcionario de ese país me dijo “si la crisis económica en Perú afecta la producción y venta de libros, nosotros siempre tendremos una sucursal del Fondo de Cultura Económica en Lima, aunque nos produzca pérdidas. Esa será siempre nuestra posición solidaria”. El Ejecutivo y el Congreso deberían estar pensando en asociarse al Ilce (Instituto Latinoamericano de comunicación educativa), que impulsa la educación digital en muchos países de la región, en firmar convenios con los Estudios Churubusco para desarrollar el cine peruano, en aprender de su organización de la seguridad social, en preocuparse por darle tranquilidad a los miles de peruanos que viven allá y a los que México acogió con generosidad, en vez de escalar un pleito que no es contra la administración peruana sino estrictamente ideológico. Y ojalá AMLO pueda algún día venir al Perú y conocer Machu Pichu. Ojalá se pueda dar ese gusto. Estoy seguro que disfrutaría de nuestro patrimonio histórico, de nuestra gastronomía y de la democracia que en nuestro país, al igual que en México, hoy en día se respira. Y ojalá, Dina Boluarte pueda ir nuevamente a México, país donde ella vivió varios años con su familia.

Manuel Escorza Hoyle
Abogado y psicoterapeuta

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